martes, 16 de julio de 2013

Discepolín, Mordisquito y las escuelas


Enrique Santos Discépolo o "Discepolín" fue actor, director, dramaturgo, compositor y cineasta. Al igual que otros artistas populares argentinos de los la primera mitad del siglo XX, como fueron Homero Manzi, Juan de Dios Filiberto y Hugo del Carril; Discépolo formó parte del movimiento peronista. Como militante de la cultura nacional y popular, desde su programa radial "¿A mí me la vas a contar?", creó un personaje llamado "Mordisquito" a quien le habla. "Mordisquito", quizás sea ese "medio pelo de la sociedad argentina" como diría Don Arturo, o ese lugar interno por el que se nos cuelan el individualismo, el egoísmo del "yo me salvo solo", en fin, la incapacidad de sumarnos y participar de proyectos patrios colectivos. Hoy, en Didáctica de esta Patria rescatamos a "Discepolín" como pedago, como educador popular que desde su programa radial desarmaba todas las zonceras pergeniadas por la pedagogía colonialista y los aparatos de comunicación masiva. "Discepolín" buscaba conmover a "Mordisquito" y convencerlo de lo grandioso que resulta identificarse con el pueblo y con su "más maravillosa música". Y esto es, precisamente, hacer educación popular.




¡Ah!, ¡qué gracia! Claro, a vos te hablan de las escuelas que ahora brotan aquí y allá, a derecha e izquierda, con una doméstica velocidad de alpiste, y despreciás. ¿Sabés por qué? Dejáme que te lo diga. Porque vos naciste, no a la orilla del arrabal ofendido por el conventillo y atravesado por la zanja; no allá lejos, en el dolor de una provincia olvidada o de un territorio maltrecho, sino que naciste en el barrio cómodo, dentro de una familia confortable, a una cuadra del colegio. ¡Todo servido para vos! Este recuerdo de la infancia que tuviste te hace suponer que todas las infancias fueron como la tuya y que todas las criaturas argentinas tuvieron siempre un pupitre para clavar el tiralíneas. No, Mordisquito, hubo una realidad muy diferente. Triste realidad. ¡Dolorosa realidad! Vos no conociste el drama de los changos descalzos que llegaban en burro a la escuelita, una escuelita de barro y de arañas y que no quedaba, como la tuya, a los pies de la cama, sino a una legua, a dos, a diez, ¡tan lejos de la casa y tan cerca del hambre!
Vos no has recorrido aquellas viejas escuelas, que no eran edificios sino ranchos donde se agolpaban al mismo tiempo y en el mismo curso chicos de todas las edades, en una mescolanza de años y de programas que no podía evitarse porque dentro de esa miseria sólo se movía un maestro, un maestro prócer que tocaba la campana o cerraba una planilla o barría el aula. Un hombre que era, ¡al mismo tiempo!, maestro y director, maestro y portero. No, Mordisquito. Vos nunca conociste este conmovedor sacrificio de las criaturas que querían aprender y de los maestros que se morían de hambre para enseñar. Vos, ya sabemos dónde habías nacido y a qué colegio te llevaron. Todo a mano, allí cerquita, con la maestra que fue tu primera novia, la sala de ilustraciones con el esqueleto y el caramelero que vendía turrón japonés. Por eso te dicen que en los últimos cinco años se han levantado en tu patria más escuelas que en los cien años precedentes, y la estadística te resbala encima como un caracol en el azulejo, dejándote una huella que no entra y que, secándose, desaparece.


Pero no, Mordisquito, vos no tenés que ser así. Yo no critico la niñez dichosa que tuviste. No, no; al contrario: en buena hora disfrutaste de ella. ¡Y ojalá la hubieran tenido todos! Pero te pido que ahora que todos los niños argentinos pueden vivir los años venturosos que viviste vos, ahora, Mordisquito, vuelvas tu mirada a lo que hubo, ¡sepas lo que hubo!, y que al mirar lo que hay tu negligencia se convierta en aplauso y tu menosprecio en admiración. Desde 1949, ¿sabés qué promedio se viene entregando a la niñez y a la juventud? Caéte: ¡una escuela por día! ¿Entendiste? No, no hablo con símbolos sino con cifras: ¡cada día una escuela nueva! ¡Alpiste, Mordisquito! Y no es únicamente el colegio del barrio, el cole del, balero, la payanita y las discusiones sobre Tesorieri, Bidoglio y Mutis. No, no; es el río de los colegios que avanza buscando todas las esquinas de la patria, los colegios que buscan al chango o al gurí o al pibe y le salen al paso con un redoble de pupitres barnizados y de campanas que ya no son como antes, —¡un cencerro atado con unpiolín!—. ¡Escuelas y escuelas en el cañaveral, en la montaña, en la pampa, en la salina o en el obraje! ¡Una escuela por día, Mordisquito! ¿Hace falta que te diga más? ¿O es posible que ese promedio inusitado, casi fantástico, no quiebre tu oposición sin fundamento y no te convenza por lo menos de esta realidad? Porque a mí no los vas a decir que los números no hablan y que los números no persuaden. ¡No, a mí no me la vas a contar!


Para seguir leyendo...

Audios del programa radial "¡A mí no me la vas a contar!"





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