viernes, 26 de julio de 2013

La Isla de Fidel por Leopoldo Marechal (Parte 2)

Segunda parte del texto "La Isla de Fidel de Leopoldo Marechal" (1968) ilustrado con pinturas inspiradas en José Martí por diferentes autores cubanos.

"El arroyo de la sierra" (1998) Alicia Leal, serigrafía sobre cartulina, 70 x 50 cm

De pronto nos anuncian que Fidel Castro ha de asistir, en San Andrés, provincia de Pinar del Río, a la inauguración de una comunidad erigida en plena montaña.
Llegamos al atardecer en un ómnibus (allá le dicen guagua) de construcción checa, atravesando villas coloreadas y paisajes de sueño. Una concentración multitudinaria se ha instalado allá: son hombres y mujeres de toda la isla, que quieren oír a Fidel. Además, está jugándose allí mismo un trascendente partido de baseball, el de los "industriales" contra los "granjeros": el baseball es el deporte nacional, como el fútbol entre nosotros, y suscita en las tribunas populares las mismas discusiones y trompadas que se dan en la "bombonera", por ejemplo; el mismo Fidel Castro es un "bateador" satisfactorio. El partido concluye: ganaron los "industriales". Risas y broncas. Pero la noche ha caído; se oye un helicóptero; y poco después una gran figura barbada sube a la plataforma.
Déjenme ahora esbozar un retrato del líder.
Fidel Castro es un hombre joven, apenas cuarentón, fuerte y sólido en su uniforme verdeoliva; cariñosamente lo llaman El Caballo, en razón de su fortaleza militante. Bien plantado en la tribuna, deja oír su alocución directa, con una voz resonante y a la vez culta, que traiciona en él al universitario metido por las circunstancias en un uniforme castrense. Al hablar acaricia los micrófonos; y en algún instante de pausa dubitativa se rasca la cabeza con un índice crítico, lo cual hace sonreír a sus oyentes.
Reúne a los "compañeros", les habla de asuntos concretos: planes de trabajo análisis y crítica de lo ya realizado, exhortaciones de conducta civil, palabras de aliento y de censura según el caso. Nunca se dirige a ellos en primera persona del singular —"yo"—, sino en la primera y segunda del plural —"nosotros" y "ustedes"—, lo cual le confiere un tono de entrecasa, humano y familiar, que borra en él cualquier arista de demagogia o se resuelve en una demagogia tan sutil que nadie la advierte. Dialoga con el pueblo que lo interroga y le sirve de coro, lo cual me trae algunas reminiscencias argentinas: "Oye, Fidel, ¿y esto? Oye, Fidel, ¿y aquello?" Y Fidel Castro recoge las preguntas en el aire y las contesta, rápido, certero y a menudo incisivo.



"Mi ángel" (1995) Sandra Ramos

Una de sus preocupaciones actuales es el "burocratismo" en que suelen aletargarse y morir las revoluciones. Informa en un discurso que se ha creado la Comisión Nacional contra el Burocratismo; y una quincena más tarde anunciará en otro:
—Compañeros, la Comisión Nacional contra el Burocratismo se ha burocratizado.
Conoce a fondo los problemas generales de su pueblo, y hasta los particulares de sus individuos, tanto en el bien como en el mal. Durante el huracán "Flora", que asoló a la isla, condujo un tanque anfibio de salvataje y estuvo a punto de morir ahogado. En el corte de caña de azúcar, empresa nacional que moviliza hoy a todos los habitantes, Fidel Castro interviene, como todos, y no cortando algunas cañas simbólicas, sino trabajando jornadas enteras a razón de ocho horas cada una.
Esta noche lo escucho en San Andrés: hace frío en la montaña, vinimos desprevenidos y nos abrigamos con mantas del ejército. Fidel no es ya el orador "larguero" y teatral, imagen con la que aún se lo ridiculiza fuera: sus apariciones en público son cada vez más escasas y sus discursos cada vez más cortos. En esta oportunidad, además de referirse al asunto concreto de la reunión, toca dos puntos que me interesan como escucha foráneo: define a la suya como a la "primera revolución socialista de América", y es verdad que lo ha dicho muchas veces. Pero, a continuación, la identifica con una "segunda independencia de Cuba", y me acuerdo entonces de lo que dijo el arqueólogo en el Castillo de la Fuerza: "La revolución cubana sólo tiene su explicación entera en la Historia Nacional de Cuba".
Ya en el ómnibus o guagua, que a través de la noche nos devuelve a la capital, y mientras Ricardo y Ernesto cantan aquello de "¿Cuándo volveré al bohío?", sin duda para que no se duerma el compañero chofer en el volante, doy cuenta de mis observaciones al sociólogo en guayabera gris que compartió con nosotros la bodega ilustre de mister Dupont.



"José Martí" Eladio Rivadulla Martínez, serigrafía, década del 60.

—Evidentemente —me dice—, el movimiento revolucionario de Fidel en pro de la "segunda independencia" no es más ni menos que una continuación inevitable del movimiento de José Martí en favor de la "primera".
—Es tan verdad —asiento yo—, que la figura de Martí está hoy en Cuba tan presente y es tan actual como la del mismo Fidel, y los escritos de Martí abundan en la formulación teórica del movimiento castrista.
Los cantantes del ómnibus han pasado en este momento a la canción "No la llores", y el de la guayabera gris insiste:
—Esa continuidad revolucionaria está favorecida por el hecho de que la pasada historia de Cuba y la presente casi se tocan. Y si no, recapitulemos: la gesta de Martí comienza en 1895; el primer Presidente de Cuba, Tomás Estrada Cabrera, es reconocido por "ellos" en 1902; luego, dos Gobernadores norteamericanos, con el pretexto de pacificar la isla, se mantienen en el poder hasta 1909; después, una serie de gobiernos, electos o dictatoriales, que duran o no según el apoyo de los Estados Unidos, cuyos intereses económicos en la isla son cada vez más fuertes. La primera independencia (José Martí) y la segunda (Fidel Castro) se parecen como dos gotas de agua. Tienen los mismos opositores: un imperialismo exterior, ávido y prepotente, y una oligarquía local en colaboración con el primero. Uno y otro líder se parecen hasta en el modus operandi que utilizan: desembarcos furtivos en la costa cubana, internación en los montes, actividad de guerrillas. Lo único que añade Fidel a esa empresa insistente de Cuba es el acento de lo social económico, que, por otra parte, resuena hoy universalmente.



"Martí enamorado" Carlos Guzmán, óleo sobre tela 50 x 70 cm
Las luces de La Habana se nos vienen encima. En el recibimiento del hotel (que allá se llama "carpeta") encuentro una nota de Granma, órgano del Partido, en la cual se me solicita un reportaje. Granma es el nombre del yate que, en 1956, trajo a Fidel Castro y a sus 82 compañeros desde México a la provincia de Oriente, donde la Sierra Maestra ofrecía un camino ya histórico de operaciones.
Al día siguiente respondo a las dos preguntas del reportaje:
—Usted —inquiere mi reporter—, que ha sido testigo y partícipe de la historia de nuestro continente a lo largo de este siglo, ¿cómo definiría este momento de América latina?
—Desde hace tiempo —respondo—, América latina vive en estado "agónico", vale decir de lucha, según el significado etimológico de la palabra. Y esa lucha tiende, o debe tender, a lo que Fidel Castro llamó anoche "segunda independencia". Yo diría que nuestro continente pugna por entrar en su verdadero "tiempo histórico": lo que vivió hasta hoy es una suerte de prehistoria.
—¿Qué impresiones tiene usted de su primer viaje a Cuba?

—A primera vista, y mirada con ojos imparciales, Cuba me parece un laboratorio donde se plasma la primera experiencia socialista de Iberoamérica. Por encima de cualquier "parnaso teórico" de ideas, entiendo que Cuba está realizando una revolución nacional y popular, típicamente cubana e iberoamericana, que puede servir no de patrón, sino de ejemplo a otras que, sin duda, se darán en nuestro continente, cada una con su estilo propio y su propia originalidad.
Resuelto ya el certamen literario de La Casa de las Américas, hemos de viajar al interior de la isla con el propósito de visitar la base militar de Guantánamo y después Minas de Frío.
Desde la ventana de mi cuarto estudio las dos pequeñas baterías antiaéreas que, según dije, apuntan al norte marinero. Porque a 90 millas de aquí está un enemigo al que no se odia ni se teme pero se lo vigila en un tranquilo alerta. Esas dos baterías tienen, ante mis ojos, la puerilidad de la honda de David ante la cara inmensa de un Goliath en acecho. Regularmente, el crucero "Oxford" entra en las aguas territoriales de Cuba, y su blanca silueta se recorta en el horizonte marítimo.
Desde Miami, las emisoras difunden noticias truculentas: el malecón de La Habana está lleno de fusilados que hieden al sol; faltan alimentos en la isla; Fidel Castro ha desaparecido misteriosamente. Yo estoy ahora observando el malecón lleno de paseantes alegres y de tranquilos pescadores; todos comen bien en la isla y hace unas horas vi a Fidel Castro en una reunión de metalúrgicos.
Pero en otro lugar del territorio, el enemigo está más cerca y se hace visible. ¿Dónde? En Guantánamo. Yo estoy en Guantánamo, junto al mar del Caribe, donde los norteamericanos tienen la base conocida, separados de los cubanos por una cortina de alambre tejido. Ese límite somero es el lugar de las "provocaciones". Converso con la tropa del destacamento cubano, miro fotografías y documentales cinematográficos.

—A veces —me dice un oficial—, los marines yanquis arrojan piedras al destacamento, con las mismas actitudes y el furor de un peacher de baseball; otras, en son de burla, parodian ante los centinelas de Cuba los movimientos de los bailes afrocubanos, u orinan ostensiblemente cuando izamos nuestra bandera.
—¿Y ustedes qué hacen? —pregunto. La consigna es no responder a las provocaciones. Uno de nuestros centinelas les volvió la espalda, sólo para no verlos.
—¿Y ellos qué hicieron?

—Lo mataron de un tiro en la nuca. Vea usted las fotografías del cadáver.

"José Martí" Eladio Rivadulla Martínez, serigrafía, década del 60.

Desde Guantánamo, tras regresar a nuestra base de Santiago de Cuba, nos dirigimos a la Sierra Maestra con el propósito de subir a Minas de Frío, cumbre donde el comandante Ernesto Che Guevara tuvo su cuartel de operaciones. Siguiendo la norma revolucionaria de instalar escuelas donde hubo cuarteles y escenarios de lucha, se ha fundado un centro educacional, donde se preparan los maestros del futuro.
La subida es difícil, ya que se hace por una cuesta empinada, rica en torrenteras y despeñaderos, que hasta no hace mucho sólo era transitable a pie o a lomo de mula. Nosotros la franqueamos en un camión de guerra soviético, que en dos horas de trajín, sacudones y patinadas nos deja en la cima, algo así como un altiplano donde conviven 7.000 alumnos, muchachas y muchachos de todas las pieles, bien alojados y guarnecidos.
—¿Por qué instalar esa escuela en una cumbre sometida a todos los rigores climáticos?
—Para fortalecer y templar —responden— a los jóvenes que han de ejercer el magisterio en los más duros rincones de la isla. Nuestra campaña de alfabetización, iniciada en 1961, redujo el índice de analfabetos a un 3,5 por ciento. Ahora, Fidel quiere que toda Cuba sea una escuela.

Y abordamos a los alumnos, con su ropa y zapatos de montaña (ellas, naturalmente, con ruleros en la cabeza). Blancos, negros y mulatos tienen la conversación fácil y una seguridad alegre que anula toda ostentación o dramatismo. Quieren saber de nosotros: los fascinan nuestros diversos tonos del idioma español. Al fin, piden que cantemos; yo berreo una vidalita sureña, y Juan Marsé arriesga una sardana de su terruño catalán.
¡Tendría tantas cosas que referir! Sólo puedo hacerlo en síntesis rapsódicas o en pantallazos de cinematografía. Estamos ahora en un grande y viejo taller metalúrgico, donde Fidel Castro reúne a trabajadores y estudiantes de escuelas tecnológicas.
Tras un intento inicial de industrialización, la isla entera se vuelca hoy a los afanes de la agricultura. Pero hay que pensar en el futuro, y el conductor habla: se refiere a la explotación de los minerales que abundan en las sierras, a sus aleaciones posibles, a los futuros altos hornos y acerías, a la perfección técnica de los obreros. Un químico visitante, que tengo a mi costado, musita:
—¡Sueña! ¡Esta soñando en alta voz!

—¿Qué importa? —le contesto—. ¿Qué importa, si todo este pueblo que lo escucha está soñando con él? Al fin y al cabo, ¿qué sueña? La ilusión de una felicidad en la soberanía, siempre posible y siempre demorada. ¿No están, acaso, en ese mismo sueño todas las otras repúblicas de Iberoamérica?
Y Fidel sigue hablando, frente a los rostros encendidos, Fidel está soñando: ¡pobre del que se ría!

"Boceto mural N° 3 (2001) Adigio Benítez, técnica mixta
Esta mañana, Elbiamor y yo estamos a solas con Haydée Santamaría, heroína de la revolución cubana en sus preparativos y combates. Su hermano y su prometido fueron torturados hasta morir, frente a ella misma, para que revelara el paradero de los jefes. Toda revolución cruenta deja siempre como posible y hasta inevitable el juego numeral de las víctimas, de modo tal que uno y otro bando puedan sentarse a la mesa y barajar en el tapete sus propios muertos. Haydée no lo hace, aunque tal vez en sus sueños perdure una pesadilla de ojos arrancados. Perdonar y olvidar —nos ha dicho ella—. y sobre todo combatir por un orden humano y una sociedad que hagan imposibles, en adelante, los horrores de la jungla.
Detrás de ese afán, ella trabaja día y noche, como si fuese la madre, la hermana y la novia del movimiento. De pronto recuerda mi cristianismo y el de Elbiamor:
—Antes de la revolución —nos dice—, yo era creyente, como todos los míos. Después entendí que, si deseaba trabajar por un orden nuevo, debía prescindir de Dios, olvidarlo.
No entendemos el por qué de tal resolución, romántica, y callamos.
—El otro día, infiere de pronto—, mi hija de cuatro años me preguntó quién era Dios.
—¿Y qué le respondió usted?
—Le dije que Dios era todo lo hermoso, lo bueno y lo verdadero que nos gustaba en la naturaleza.
La miramos con ternura.
—Belleza- Bondad y Verdad —le dije al fin—: son, justamente, tres nombres y tres atributos de lo Divino.

Haydée calla. Luego se dirige a su escritorio y me trae como obsequio una caja de habanos construida con maderas preciosas de Cuba.
¿Y el ambiente religioso de la isla? Puedo decir que actualmente se oficia con regularidad en los templos católicos y protestantes. En las santerías se ofrece al público el acervo iconográfico tradicional, junto con la utilería de las magias africanas, que conservan en la Isla una tradición semejante. Fidel Castro, en una campaña contra las malezas rurales, aconsejó, no sin humorismo, respetar las hierbas rituales de los brujos. En realidad, no se manifiesta en Cuba ni menor ni mayor religiosidad verdadera que en muchos otros países del orbe cristiano, incluido el nuestro.
Sé, de muy buena fuente, que en el Comité Central del Partido hay católicos viejos y católicos de reciente conversión, además de algunos marxistas puros, uno de los cuales, en su inocencia, me confesó haber bautizado a un niño con champagne y en el nombre de Marx, de Lenin y de Fidel. Y digo "en su inocencia", porque aquel hombre, fundamentalmente bueno, "no sabía lo que hacía", dicho evangélicamente.

Triunfante la gesta revolucionaria, tuvo un despunte de oposición en algunos sacerdotes de nacionalidad española y algunos pastores protestantes de nacionalidad estadounidense, que obraban, sin duda, por razones "patrióticas". Fidel Castro dijo, entonces, que todo cristiano debería ser, por definición, un revolucionario. Recuerdo que hace ya muchos años, en cierto debate sobre el comunismo realizado en París, alguien (creo que Jacques Maritain) definió al comunismo como una "versión materialista del Evangelio". Pensé yo en aquel entonces que era preferible tener y practicar una versión materialista del Evangelio a no tener ni practicar ninguna.
Y me digo ahora, con más ciencia y experiencia, que toda realización en el orden amoroso de la caridad, sea consciente o inconsciente, entraña en sí misma una "petición" de Jesucristo.



"Martí" (2009) Víctor Huerta Batista, acrílico sobre tela, 150 x 200 cm.

Terminó para nosotros la Misión Cuba. Una tarde respondemos a los alumnos, en la Escuela de Letras. Uno me pregunta por el Facundo, de Sarmiento, y le aclaro algunas nociones. Otro interroga sobre El Matadero, de Echeverría, y César Fernández Moreno se encarga de las respuestas. Pero todos los cubanos acuden al corte de caña: gobernantes y gobernados, obreros y estudiantes, artistas y técnicos.
Se ha iniciado la Séptima Zafra de la Revolución, que promete ser la más cuantiosa del siglo. Los contingentes están saliendo a la tierra (o a la caña, como dicen allá): todos van alegres, porque el trabajo ya no es una "maldición antigua", sino un esfuerzo que hace doler las manos en el machete, los tres primeros días, y concluye por mudarse en una felicidad virgiliana.
Estamos en el aeropuerto José Martí, como a nuestra llegada; el cuatrimotor Britannia nos espera, trajinado y temible a los ojos de Elbiamor. Nuestros compañeros de Cuba nos despiden: hay calor en sus manos y esperanza en sus voces. El avión toma la pista: ellos quedan allá, con su ensueño acunado entre peligros, y sin otro sostén que su líder y los símbolos de su enseña nacional, enumerados en la misma canción con que inicié esta crónica: "Un Fidel que vive en las montañas, un rubí, cinco franjas y una estrella".


Imágenes extraídas del sitio: http://www.galeriacubarte.cult.cu

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