“Las Islas Malvinas. Cuestiones graves” junto con “Carta interesante: Relación de un viaje a
las Islas Malvinas” fueron textos escritos por José Hernández – autor del Martín
Fierro- en noviembre de 1869, a propósito del viaje que realizara a
estas Islas el amigo de Hernández, Comandante de la Armada Augusto
Lasserre. Laserre escribió una carta a José
Hernández contando los detalles de la vida en las Islas Malvinas, su
geografía, actividades económicas y reflexiones propias sobre la
situación de usurpación de las Islas por parte de Inglaterra.
Tanto la carta de Laserre como los textos de José Hernández, fueron publicados en el diario Río de la
Plata durante los últimos días del mes de noviembre de 1869 de
quien el autor de Martín Fierro era fundador, propietario y
redactor. El primer número de este diario salió el 6 de agosto de
1869 y el último el 22 de abril de 1870 (Gil Guiñón, 2006) José
Hernández lo fundó a su regreso a Buenos Aires luego de la
censura por ser parte de la prensa opositora a Mitre, ya que era
federal y partidario de la Confederación.
Queridos compañeros, con ustedes este texto impecable, repleto de actualidad y altos conceptos. La actualidad, por el reclamo de nuestra soberanía sobre las Islas, tal como lo viene haciendo el Gobierno Popular de Nuestra Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La altura conceptual porque pone en palabras lo que verdaderamente significa el Suelo Patrio y porque es un texto del padre del Martín Fierro, EL Poema del Pueblo Argentino, el Cantar de la Patria y su gente.
(Señalo con negrita y con colores, colores del Arcoiris, aquellas palabras que me resultan más elocuentes, por su puesto, sin desmerecer las otras que no tienen desperdicio alguno e invitándolos a que hagan lo mismo ustedes. A cada uno le resonará en varios lugares. Ojalá a todos, en el corazón)
¡Que vivan las Islas Malvinas! ¡Qué viva José Hernández! ¡Qué viva Martín Fierro! ¡Qué viva el gaucho Rivero!
Las Islas Malvinas. Cuestiones graves:
A la interesante relación del viaje a las Islas Malvinas de nuestro distinguido amigo el señor Lasserre que publicamos hace algunos días en El Río de la Plata,
ha llamado justamente la atención de la prensa ilustrada, y ha sido
leída con profundo y general interés en toda la población. Los
argentinos, especialmente, no han podido olvidar que se trata de una
parte muy importante del territorio nacional, usurpada a merced de
circunstancias desfavorables, en una época indecisa, en que la
nacionalidad luchaba aún con los escollos opuestos a su definitiva
organización.
Se concibe y se explica fácilmente ese sentimiento profundo y celoso de los pueblos por la integridad de su territorio, y que la usurpación de un solo palmo de tierra inquiete su existencia futura, como si se nos arrebatara un pedazo de nuestra carne. La usurpación no sólo es el quebrantamiento de un derecho civil y político; es también la conculcación de una ley natural.
Los pueblos necesitan del territorio con que han
nacido a la vida política, como se necesita del aire para libre
expansión de nuestros pulmones. Absorberle un pedazo de su territorio,
es arrebatarle un derecho, y esa injusticia envuelve un doble atentado,
porque no sólo es el despojo de una propiedad, sino que es también la
amenaza de una nueva usurpación. El precedente de
injusticia es siempre el temor de la injusticia, pues si la conformidad
o la indiferencia del pueblo agraviado consolida la conquista de la
fuerza, ¿quién le defenderá mañana contra una nueva tentativa de despojo, o de usurpación?
El pueblo comprende o siente esas verdades, y su inquietud
es la intranquilidad de todos los pueblos que la historia señala como
víctimas de iguales atentados. Allí donde ha habido un desconocimiento
de la integridad territorial, hemos presenciado siempre los esfuerzos
del pueblo damnificado por llegar a la reconquista del territorio
usurpado.
El señor Lasserre ha dicho muy bien, inspirado en un noble
sentimiento, al emprender su interesante narración: “Las siguientes
líneas quizá ofrezcan algún interés por la doble razón de ser ellas (las
islas) propiedad de los argentinos, y permanecer, sin embargo, poco o
nada conocidas por la mayoría de sus legítimos dueños. No es mi
intención, ni creo oportuno este caso, para entrar en consideraciones
políticas sobre la no devolución de ese inmenso territorio que hemos prestado
a los ingleses, un poco contra nuestra voluntad, pero no quiero dejar
pasar esta oportunidad sin deplorar la negligencia de nuestros
gobiernos, que han ido dejando pasar el tiempo sin acordarse de tal
reclamación pendiente. Es de suponer que la ilustración del
actual Gobierno Nacional comprenda la importancia de esa devolución, que
él se halla en el deber de exigir del de S.M.B., pues que esas islas,
por su posición geográfica son la llave del Pacífico y están llamadas
indudablemente a un gran porvenir con el probable aumento de población
en nuestros fertilísimos territorios.”
La importancia de las Islas Malvinas es incuestionable.
Su proximidad a la costa Sud de nuestro territorio, sus inmejorables
puertos para el comercio y navegación de aquellas costas, el valioso
ramo de la pesca, la cría de ganados vacuno y lanar, para la cual se
prestan maravillosamente sus fertilísimos campos, con ricas aguadas
permanentes, todas éstas son ventajas reconocidas por los que han
visitado dichas Islas.
Refiriéndose el Standard a la relación del señor Lasserre, y apreciándola en términos
honoríficos, anuncia que va a traducirla para ofrecerla a sus lectores.
Con este motivo, dice el colega inglés, “que se han realizado grandes
compras de ovejas para las Islas Malvinas, las que han sido contratadas
a 30 pesos, moneda corriente, elegidas y puestas a bordo”.
Pero no nos hemos propuesto esencialmente dar idea de las
ventajas económicas que ofrece la posesión de aquellas Islas. Si no
hemos debido prescindir de esos detalles, es porque ellos pueden
estimular el celo de nuestro gobierno e influir en sus disposiciones en
relación a la reclamación diplomática que debe entablar desde ya ante
el gobierno británico.
Con esta cuestión se presenta enlazada otra que no es
menos grave por ser individual, y que viene a explicar históricamente
el origen de la usurpación del dominio de las Islas Malvinas. La República Argentina
mantuvo siempre sobre las Islas su indisputable derecho de soberanía.
Penetrados nuestros primeros gobiernos de la necesidad de afirmar la
posesión de ese derecho por la explotación industrial de aquellas
Islas, hicieron con ese fin algunos esfuerzos meritorios.
En 1828, el gobierno cedió al señor D. Luis Vernet
la Isla llamada Soledad, a condición de formar en ella una Colonia a
su costa. Esta se realizó con el mejor éxito después de vencer todas las dificultades inherentes a una empresa de tal magnitud.
La colonia prosperaba hacía ya algunos años y el gobierno
argentino veía con singular satisfacción el gran porvenir que aquella
naciente colonia auguraba para la navegación y comercio de nuestras
extensas costas hasta el Cabo de Hornos.
En 1831 fueron apresados en las islas tres buques
norteamericanos que habían reincidido en la pesca de anfibios contra los
terminantes reglamentos que debía hacer observar la autoridad de
aquella jurisdicción. El doctor Areco, en la tesis que presentó en 1866
para optar al grado de Doctor en Jurisprudencia, consagra algunos
recuerdos a ese episodio histórico que debía tener tan deplorable
consecuencias. Dice así: “El Gobernador de Malvinas [el señor Vernet],
obligado a hacer respetar los reglamentos relativos a la pesca, o mejor
dicho matanza de lobos, dentro de su jurisdicción, reglamentos tan
antiguos como ésta, e interesado en gozar exclusivamente de una de las
concesiones que le había hecho el gobierno de Buenos Aires, detuvo unos
buques norteamericanos, que según confesión de sus mismos capitanes,
se ocupaban de este tráfico ilegal. El tribunal competente los declaró
buenas presas y legitimó la conducta del señor Vernet”.
A consecuencia de ese apresamiento el comandante de un buque de guerra norteamericano, destruyó la floreciente colonia de la isla Soledad, y ese
hecho injustificable fue precisamente lo que indujo a Inglaterra a
apoderarse de las Islas Malvinas, consumando ese atentado contra la
integridad territorial de la Nación Argentina, cuya soberanía sobre
aquellas islas había sido siempre respetada.
Un distinguido diplomático argentino, el doctor D. Manuel Moreno,
acreditado cerca del gobierno británico en calidad de Ministro
Plenipotenciario de la República, en 1834, se expresaba en estos
términos en nota dirigida a aquel gobierno: “No puede alegarse
contra las Provincias Unidas [del Río de la Plata] que traten de
revivir una cuestión que estaba transada después de más de medio siglo atrás. Por el contrario, la invasión de la Corbeta Clio
en 5 de enero de 1833 es la que ha alterado e invertido el estado de
cosas que había dejado la convención de 22 de enero de 1771”.
Entre tanto, el gobierno argentino, que ha
pagado íntegramente todas las deudas procedentes de perjuicios
originados a los súbditos extranjeros, que se ha mantenido hasta ahora
en estrechas y cordiales relaciones con todos los gobiernos europeos y
americanos, excepto el del Paraguay, no ha obtenido reparación alguna por los serios perjuicios causados a un ciudadano argentino por la destrucción de la colonia Soledad, ni menos por la usurpación de las Islas Malvinas, arrebatadas
por los ingleses, en una época en que los gobiernos hacían imprudente
alarde de las ventajas materiales de la fuerza, en un momento dado.
Debemos creer que eso se deba a la indiferencia de nuestros
gobiernos, o a las débiles gestiones con que se han presentado ante
los gabinetes extranjeros. Absorbidos por los intereses transitorios de
la política interna, nuestros gobiernos no han pensado en velar por
los altos intereses de la Nación Argentina, más allá del círculo
estrecho en que se han agitado estérilmente los círculos tradicionales.
Nos hallamos felizmente en una situación nueva y especial.
Los últimos treinta años han marcado la serie de grandes
progresos morales y materiales. Ya no es el alarde de la fuerza, el que
apoya una gestión cualquiera en el mundo diplomático. Los gobiernos
han comprendido ya que no hay otra fuerza legítima y respetable que la
fuerza del derecho y de la justicia; que el abuso no se legitima jamás,
e imprime siempre un sello odioso sobre la frente de los que lo
consuman.
La historia y la moral les han enseñado que tarde o temprano se expía el atentado cometido a nombre de la fuerza,
porque los que hoy se prevalen de la inferioridad relativa, hallarán
mañana otro poder más fuerte, que utilizará en su ventaja la lección
que se desprende de un acto depresivo y criminal.
En los tiempos contemporáneos tenemos ejemplos elocuentes de esa verdad. Austria devolviendo el Véneto a la Italia, después de haber experimentado el fusil de aguja; Francia desprendiéndose de México ante la actitud de los Estados Unidos; España abandonando las islas del Perú,
ante la explosión del sentimiento americano, son hechos recientes que
confirman la saludable revolución de las ideas de moral y de justicia,
que se opera en el mundo.
Gobiernos ningunos en los últimos tiempos han llevado más
adelante ese respeto por la opinión universal, que los gobiernos de
Estados Unidos y de Inglaterra, y son los gobiernos más fuertes del
mundo. La época lejana de ilusorias conquistas pasó y los americanos y
los ingleses son hoy los primeros en condenar los atentados que se
consumaron en otro tiempo a la sombra de sus banderas. ¿Cómo no
esperar entonces que los Estados Unidos y la Inglaterra se apresuren a
dar testimonio de su respeto al derecho de la Nación Argentina,
reparando los perjuicios inferidos, devolviendo a su legítimo soberano
el territorio usurpado?
Entendemos que la administración del General Mitre se
preocupó de esta cuestión y envió instrucciones al ministro argentino
en Washington, que lo era el señor Sarmiento, para iniciar una justa
reclamación por la destrucción de la colonia y el abandono a que esto
dio lugar. Parece que el señor Sarmiento no reputó
bastante explícitas las instrucciones, aunque apoyó resueltamente el
derecho de entablar aquella reclamación. Entre tanto, deber es muy sagrado de la Nación Argentina, velar por la honra de su nombre, por la integridad de su territorio y por los intereses de los argentinos. Esos derechos no se prescriben jamás.
Y pues que la ocasión se presenta, preocupada justamente
la opinión pública con la oportuna publicación de la interesante carta
del señor Lasserre, llenamos el deber de iniciar las graves cuestiones
que surgen de los hechos referidos. Llamamos la atención de toda la prensa argentina sobre asuntos de tan alta importancia política y económica, de los cuales volveremos a ocuparnos oportunamente.
Fuentes:
Hernández, José; Lasserre, Augusto; Gil Guiñón, Joaquín, (compilador) Las Islas Malvinas : lo que escribió Hernández, en 1869, respecto a este territorio argentino y las noticias que acerca de su viaje a las islas le comunicó Augusto Lasserre [Comandante de la Armada]. Buenos Aires : Corregidor, 2006
Las imágenes las fui tomando de distintos blogs, muchos compañeros. ¡Mil gracias por ponerlas a disposición!
Las islas han sido y serán ARGENTINA
ResponderEliminarLas islas han sido y serán ARGENTINA
ResponderEliminarLas islas han sido y serán ARGENTINA
ResponderEliminarEl deber es muy sagrado de la nacion ARGENTINA velar por la honrra de su nombre,por la integridad de su territorio y por los intereses de los ARGENTINOS.=ESOS DERECHOS NO SE PRESCRIBEN JAMAS.------
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