jueves, 28 de febrero de 2013

Megafón o la guerra y la metáfora de la Patria como vívora

Como todos los escritos de Marechal en cualquiera de sus géneros, el siguiente extracto que compartimos con ustedes abunda en símbolos y conceptos. La metáfora de la Patria como víbora es uno de ellos. En esta oportunidad, ilustramos con pinturas del maestro uruguayo Pedro Figari. No porque Marechal necesite ilustración (él pinta con las palabras) sino en un intento de asociar lo aparentemente disociado, de integrar lo artificialmente desintegrado. ¡Qué lo disfruten compatriotas!


El orden cronológico de las Dos Batallas, que voy siguiendo estrictamente ha obligado a incluir en esta segunda rapsodia los eventos que presencié yo mismo en la asamblea extraordinaria del club "Provincias Unidas" ubicado en Flores. Ocurrió al día siguiente de nuestro viaje sentimental por Saavedra, del que Megafón había vuelto con las manos vacías y yo roñoso de cadáveres poéticos.
El mismo Autodidacta detrás de sus fines, había pedido la convocación de aquel mitin o asamblea en su carácter de fundador y presidente honorario del club. Y le fue concedida en atención a tres circunstancias favorables: el día requerido era un sábado, el conjunto folklórico musical de la institu­ción estaba sin compromisos; y la vieja Zoila, genio telúrico de las em­panadas, tendría su franco semanal en el lavadero mecánico donde se ganaba el pucherete.
Pedro Figari, "Criollos", Óleo sobre cartón 35 x 50

La fundación del club, en el año 1948, había tenido como fin el agrupamiento de los hombres y mujeres provincianos que se trasladaban a Buenos Aires atraídos por su desarrollo industrial. Como "notable" del barrio, Megafón había intervenido en el delineamiento de los estatutos que otorgaban al club, prima facie, la naturaleza de una mutualidad de socorros. Pero al Autodidacto, que ya tenía sus bemoles, es­peraba otros frutos de la nueva institución: era evidente que los "cabecitas negras", en sus migraciones a la ciudad estaban desertando los verdores de la égloga por el gris abstracto de las máquinas fabriles; y corrían el riesgo de perder algunos valores que Megafón consideraba inalienables en el ser nacional, según una "economía patriótica" de su inte­lección que aplicaría él a sus batallas en los términos más rigurosos. Justo es decir que el club "Provincias Unidas", fiel a tales inquietudes, logro abundantemente la preservación de aquellas frescuras autóctonas, hasta el punto de que algunas noches el zapateo de los malambos y el voce­río de las chacareras dio a los habitantes de Flores la sensación muy viva de que se hallaban en un carnaval de Jujuy o en una "trinchera" de Santiago del Estero. El club se había instalado en un antiguo caserón de Flores con sus dos patios de baldosas y su huerta en el fondo. Las actividades públicas tenían su escena en el primer patio, donde un gran toldo verde aseguraba el curso regular de las asambleas o de los bailes contra los rigores del tiempo. Más íntimo, el segundo patio, al que daban la cocina y el "museo" del club, se adornaba con un horno rústico y una gran parrilla destinados a las bucólicas regionales: el "museo" atesoraba lazos y boleadoras, mates y estribos, ponchos y alfarerías donados por entusiastas contribuyentes. En cuanto a la huerta del fondo, se componía de algunos durazneros e higueras a cuyo amparo, en ciertos festivales nocturnos, parejas encendidas concretaron idilios cuya raíz folklórica se nutría en la quebrada de Humahuaca. Sin embargo, aquellas euforias tuvieron un menguante en 1955, no bien la contrarrevolución llamada "libertadora" embarcó a los cabecitas negras en otros cuidados. Y fue por aquel entonces y en aquel ambiente social cuando Megafón expuso en asamblea su descubrimiento de una Patria en forma de víbora.

Pedro Figari "Baile criollo en la meseta" Óleo sobre cartón 50 x 70

El primer patio, aquella tarde, lucía el tenor ambiguo de las reuniones entre familiares y de gala. Rostros del norte, del sur, del este y del este abandonaban ya sus atonías de color ausencia bajo el influjo del vino y las empanadas que Megafón había hecho circular en una primera ronda estimulante. Sobre una tarima dos músicos tostados ensayaban armonizar una quena y un arpa guaraní, según el ritmo del malambo que cierto bailarín escobillaba con sus pies de lanzadera. Frente a los músicos y al bailarín, tres forasteros jóvenes, al parecer estudiantes, observaban la escena con el aire mierdoso del intelecto que difundía entonces la Universidad. Al advertir que Megafón platicaba en secreto con los vocales del club, pasé al segundo patio y a la cocina, donde la vieja Zoila con párpados lagrimeantes de humo, freía empanadas en una olla de brujas.
Abuelita —le dije—, hay aquí un olor de sebo que voltea. —De grasa, hijo, y no de sebo —me corrigió la vieja, cuyas narices venteaban con delicia las frutas de su olla—. Peor es el tufo a mugre del lavadero.
Estudié las arquitecturas de empanadas que Zoila iba levantando en fuentes de latón. Y canté para regalo de sus oídos, en una reminiscen­cia pampeana:
De las aves que vuelan,
me gusta el chancho;
de las flores del campo,
las empanadas.

Pedro Figari "El gato", Óleo sobre cartón, 62 x 82

Un golpe de hilaridad sacudió las movibles gorduras de la vieja, un reír matinal que yo había oído antes en el sur dulce o amargo y que só­lo brota del pobre como una sublimación de su tristeza. La dejé así, bien enredada en el matorral de su risa, y salí a la huerta del fondo para mirar los durazneros que otra vez articulaban su antiguo idioma de primavera. Enseguida, volviendo al segundo patio, descubrí a dos personas de asombrosa catadura que metían sus narices en el horno riojano, se deslizaban en el museo del club, olían lazos y boleadoras o sopesaban el metal de los estribos, con el aire injurioso de dos prestamistas que realizaran un inventario antes de negociar. Aunque uno de los personajes era calvo y el otro melenudo, se integraban mutuamente por sus edades indefinibles, por sus ropas idénticas y por un cinismo natural que no ca­recía de gracia. "Parecen —observé— dos mellizos engendrados en la propia matriz de la desvergüenza." No bien concluyeron su examen, el hombre melenudo se dirigió al calvo y le dijo:
Padre, ¿no será el folklore un batracio anacrónico de color acei­tuna?
Hijo mío —le respondió el calvo—, desconfía de los hombres que usan guitarras con fines demagógicos. La guitarra patea si le tocan la ve­rija sensible.
No he de olvidarlo, padre —asintió el melenudo en tono reve­rente.
Sin decir más, uno y otro se dirigieron al primer patio. Y hube de seguirlos, no sin preguntarme qué harían en el club y en aquella tarde señalada esos dos feos hijos de la incoherencia. En el primer patio, su­bido a la tarima de los músicos, ya estaba Megafón ante una cuarentena de hombres y mujeres terrosos allí reunidos como por una fatalidad que no discernían ellos en su frescura: la empanada y el vino de una segun­da vuelta general habían dejado chispas en sus ojos y grasitudes en sus dedos. Me ubiqué junto a Megafón, y vi que a su frente y derecha los tres estudiantes aguardaban ya con entrecejos críticos, y que a su izquierda y frente hacían lo propio los dos fantoches que yo había sorprendido en el museo del club.
Oiga —le susurré a Megafón—, ¿quiénes podrían ser esos dos mamarrachos?
El dúo Barrantes y Barroso —me respondió el Oscuro.
¿Qué hacen en la asamblea?
Son dos "agentes de provocación".
¿Quién los manda?
Los traje yo mismo.
¡Tenga cuidado! —le advertí—. No hay en ellos una sola mo­lécula de cordura.
¿Y quién les pedirá cordura? —rezongó el Autodidacto.
Se oyó al fondo una voz de tonada santiagueña:
Si alguien tiene que hablar —dijo—, ¡que hable! Y si no, ¡qué vengan los músicos! Tenemos frías las tabas.
Murmullos y risas festejaron esa conminación a la oratoria o al bailongo. Y Megafón, al advertirlo, alzó una diestra imperativa en reclamo de silencio.


Pedro Figari "El escondido" Óleo sobre cartón 76 x 107

Amigos —empezó a decir—, o más bien compatriotas.
¡El Jefe nos llamaba "compañeros"! —rezongó a la derecha una tonada correntina.
Si los llamé "compatriotas"—adujo Megafón— es porque la idea de Patria será el fundamento de mi tesis. Les enseñaron que la patria era sólo una geografía en abstracción, o algo así como un escenario de la na­da. ¿Y qué otra cosa podría ser un escenario teatral si no tiene comedia ni actores que la representen? La verdad pura es que nos movemos en un escenario, que ustedes y yo somos los actores y que la comedia repre­sentada es el destino de nuestra nación. ¡Compatriotas, yo les hablaré de un animal viviente, de una patria en forma de víbora!
El dúo Barrantes y Barroso cambió una mirada turbia entre su as­pecto calvo y su aspecto melenudo.
Padre —le dijo Barroso a su otra mitad—, ¿la patria de San Martín no merecería tener una bestia más decorosa que la representara?
-— ¿Cuál, hijo mío? —inquirió Barrantes.
-—Un bruto de mayor alzada, por ejemplo el unicornio.
Ahí está el riesgo de acudir a las metáforas zoológicas —lo alec­cionó Barrantes—. Hijo, deberás abstenerte de la fauna: muerde o no se­gún el viento que sopla en la llanura.
Sí, papá —dijo Barroso en su acatamiento.
Tras haber escuchado al dúo con la benignidad que sólo se mama con las ubres de la experiencia, el Oscuro de Flores explicó:
Si acudí a la víbora fue por tres razones convincentes. Primera: la víbora es un animal del "suceder", como lo demuestra la del Paraíso; y la patria o es una serpiente del suceder o es una mula siestera.
¡Por ahí cantaba Garay! —aprobó la voz anónima de alguien que sin duda entendía.
Mi segunda razón —prosiguió el Autodidacto—se basa en el hecho de que la víbora tiene un habitat muy extendido en nuestro territorio, desde la yarará de Corrientes hasta la cascabel de Santiago y la anaconda de Misiones.
¡Faltan las de coral y de la cruz! —lloriqueó al fondo una tonada quichua.
Sin embargo —añadió el Oscuro—, mi tercera razón es la que importa. La víbora cambia de peladura: ¡se lo exige la ley biológica de su crecimiento!
Estudió a los asambleístas, para ver si columbraban ya el hilo de su tesis. Pero halló las caras vacías como papeles en blanco.
Tata —se lamentó Barroso—, el orador nos ha demostrado sa­biamente que somos un país de víboras. Lo que no entiendo bien es el intríngulis de la peladura.
Cachorro —le dijo Barrantes—, la víbora y la papa son dos tu­bérculos muy duros de pelar. ¡Júntate con los buenos!
Así lo haré, padre.
 Como asistente imparcial, entendí yo que al Oscuro se le iba la ma­no en el simbolismo. Y el dúo, que actuaba como un radar, me lo con­firmó de inmediato.
¡Padre —sollozó un Barroso confundido—, si la última empa­nada que comí no ha enturbiado mi razón, entiendo que la Cosmética es un arte sin dignidad! Ya intentó inscribir a Matusalén en un jardín de infantes.
¡Que lo diga tu mujer! —asintió el calvo paternalmente.
¡Y la tuya! —le agradeció Barroso.
En este punto un conato de motín se insinuaba en la asamblea:
¡No entendemos un pito!
¡Si tiene algo que decir, que lo diga sin vueltas!
¡El jefe nos hablaba derecho!
Y aquí uno de los estudiantes, en cuyo rostro se pintaba el amari­llo inquieto de la sociología, se dirigió al Autodidacto y le dijo:
Señor, no estamos en este mitin para escuchar un galimatías de serpientes ni los chistes de un bufón calvo y un bufón melenudo. ¡Señor las papas queman en la República!
Se oyeron aplausos. Y el rostro del estudiante, al recibir aquel imprevisto calor de las masas, trocó su amarillez intelectual por cierto rojo de combate. Pero Megafón sonreía, héroe curtido en cien mesas re­dondas.
En primer lugar —aclaró—, el estudiante confunde un símbolo con un galimatías. En segundo lugar, el dúo Barrantes y Barroso, aquí presente, no está integrado por dos bufones, sino por dos almas cuya universalidad ha devuelto al caos feliz de las ideas. En tercer lugar, las papas queman en la República: si bien lo miran, las papas no existen aquí de ningún modo, ya que los infames acaparadores las han sustraído de la canasta familiar.
El de Megafón era sin duda un golpe bajo. Y la canasta familiar, aunque traída de los pelos, volcó a su favor el talante de la asamblea:
¡Muy bien dicho!
¡Ahí te quería, escopeta!
¡Igual nos hablaba el Jefe!
La pasión se traducía en un tumulto de voces elogiosas y un erguir­se de cabezas exaltadas; en el sector izquierdo se insinuó la primera estrofa de "Los Muchachos Peronistas". Quedaban al frente un estudiante desvalido y un Megafón con su victoria.
¡Padre mío —se quejó entonces Barroso—, la masa me asusta en su inconstante bailoteo!
Pichón —le dijo Barrantes—, una cosa es levantar la masa con levaduras y otra cortar los tallarines. ¡Huye de la política, muchacho!
¿Qué laya de insecto es la política?
La política es como el libro teórico de un cocinero literario: só­lo da recetas en perejil mayor.
¡Padre! ¿No estarás rayando en lo sublime? —admiró Barroso de­votamente.
Pero Megafón, que no se dormía en los laureles, insistió con sus fa­mosas peladuras:
Compañeros —dijo—, si el cascarón ya denunciado es la causa de todos nuestros males, ¿no habrá llegado la hora de ayudar a la ví­bora?


                          Pedro Figari "Rosas y QuirogaÒleo sobre cartón, 50 x 70

¿Y a qué? —le preguntó una morocha del norte.
A que largue su vieja piel.
Denle un buen palo en el lomo —aconsejó la tonada quichua—, y el animalito dejará en tierra su pelecho de ayer y se irá viboreando con las escamas nuevas que le relucen.
Al oír aquellas palabras, el Autodidacto sintió que lo invadía una frescura elemental.
El camarada santiagueño ha dado en la tecla —dijo—. Y si él te­nía su palo en Atamisqui, yo tendré aquí mis Dos Batallas.
¿Cómo dos batallas? —inquirió el estudiante recién humillado.
Una terrestre y otra celeste —le aclaró Megafón.
Y aquí Barroso no disimuló su escándalo:
¿Dos batallas para un fácil tratamiento de la piel? —rezongó en­tre dientes.
Hijito —sentenció Barrantes—, la riqueza de medios ha obnu­bilado siempre a la burguesía. ¡Oye, pichón!
Estoy oyendo.
Respetarás a los ancianos.
El estudiante vencido se reponía de su derrota:
¿Dónde se librarán esas batallas? —preguntó.
En Buenos Aires, naturalmente —le dijo el Oscuro.
¿Cómo "naturalmente"?
En Buenos Aires están, como agentes activos, los defensores de la vieja peladura. Y aquí les daremos batalla.
 
Pedro Figari "Asesinato de Quiroga" Óleo sobre cartón 50 x 70
Pero el segundo estudiante, que había permanecido mudo como el tercero, levantó aquí una voz indignada.
¡Otra vez la cabeza de Goliath! —protestó, y su acento cordobés puso en el aire una música nueva.
¿Se refiere usted a la metáfora cabezona de don Ezequiel? —le preguntó el Autodidacto.
¡A ella me refiero! —exclamó el estudiante segundo—. Esta ciu­dad es una cabeza monstruosa que se come a todo el país. ¡La cabeza de Goliath! ¿Y el cuerpo de Goliath qué pito está tocando?
Era evidente que la réplica del cordobés había hecho impacto en el club.
¡Gran Dios! —exclamó Barroso extasiado—. ¿No es un hijo de Córdoba el que habla?
Todo buen cordobés —elogió Barrantes— es hijo natural de la Elocuencia dejada encinta por el Derecho Romano. ¡Cachorro, descúbrete ante los tribunos!
Pero voces descontentas estallaron otra vez: — ¡No entendemo ni jota!
¿Quién es Goliath, un figurón de la oligarquía? — ¡Que se vaya Goliath, y que se lleve su cabeza de cornudo! — ¡Han asesinado al federalismo! —tronó el cordobés—. ¡Esta ciu­dad destruye!
Sereno ante la tempestad, Megafón levantó su mano como si en ella tuviese una batuta. Y dirigiéndose al de Córdoba, le dijo estas palabras en las que la sensatez y la melancolía se daban un abrazo:
Buenos Aires destruye, pero sabe reconstruir lo que ha destrui­do. ¡Hablan de los porteños! ¿Dónde hallar un porteño en Buenos Ai­res? Tal vez en alguna botica de arrabal, o en la letra de un tango muerto ya como las bocas antiguas que lo cantaban. Señor, haga usted un censo de Buenos Aires, y verá que los porteños estamos en minoría. — ¡No es verdad! —gritó el de Córdoba.

 Pedro Figari "Cabaret" Óleo sobre cartón, 70 x 100

Es y no es verdad —intervino aquí el tercer estudiante—. Lo que pasa es que al orador se le fue la mano en la estadística.
¿Y qué importan los hechos numerales? —dijo Megafón—. Lo esencial es que las provincias llegaron, llegan y llegarán a Buenos Aires como a su centro necesario.
¿Necesario? —rezongó el cordobés.
El Oscuro lo miró de frente. Y luego dijo en un tono iniciático de mala espina:
Don Ezequiel intentó abatir la cabeza de Goliath. Y no lo consi­guió, ¿saben por qué? Porque le faltaba la honda bíblica del muchacho David. Yo voy a defender el testuz del monstruo, sosteniendo esta ver­dad que puede o no ser agresiva: mal que nos pese, Buenos Aires es por ahora y no sé hasta cuándo el único centro de universalización que tie­ne la República.
¿Universalización de qué? —le preguntó el estudiante humillado.
De las esencias nacionales —afirmó el Oscuro—. En este centro, y desde aquí, la nación se viene mirando en unidad, se universaliza y t rasciende.
Ante doctrina tan abstracta, la asamblea entró en un silencio de no fácil pronóstico: fruncían el ceño los estudiantes; las caras morenas de los asambleístas no revelaban emoción alguna, como si las desdibujase una misma incomprensión o un mismo aburrimiento. Hasta que Barro­so, tras digerir la enseñanza, rompió el encanto general:
Padre —confesó—, ese tribuno me ha ganado a su causa. ¿Dón­de podré hallar un water closet?
Hijo —le contestó Barrantes aún ensimismado—, según la geo­política, un water doset normal debe hallarse en el fondo y a la derecha. ¿Para qué necesitas un water closet?
Voy a universalizar mis esencias —le confesó Barroso ya de pie.
¡Adiós, cachorro! —lo despidió Barrantes no sin tenderle una piadosa mano de bendición—. ¡Y cruza las calles por las esquinas!
El mutis de Barroso pareció desatar el nudo harto endeble que ve­nía reteniendo a los integrantes de la asamblea. Rostros indecisos ya se miraban entre sí o se volvían hacia el segundo patio como si aguarda­sen una señal; y algunos asistentes, en su audacia, se pusieron de pie co­mo en un desafío.
¡No se levanten! —les gritó el Autodidacto asistido ahora por el tesorero del club.
¡Por favor, siéntense! —rogó el tesorero a los que ya desertaban la platea.


Y quizás habrían logrado su objetivo si en aquel instante, sobre la tarima de los músicos, no se hubiera manifestado el ejecutante del arpa guaraní, el cual, al hacer correr sus dedos en el cordaje, produjo un es­calofrío de notas que recorrió las vértebras de los asistentes. Al arpa no tardó en unirse un violinista del norte que rascó briosamente las cuer­das en un chámame litoraleño. Varones y hembras, a ese conjuro, reco­gieron las sillas plegables y las amontonaron contra las paredes, a fin de allanar el campo a los bailarines que ya se juntaban en parejas. Desde el segundo patio, mujeres frutales irrumpieron de súbito con fuentes de empanadas y artillería de vinos. Y detrás, presentes y ausentes a la vez, descubrí entonces a Barrantes y a Barroso que mordían sus empanadas como dos huérfanos, y a la vieja Zoila que, con sus puños en las cade­ras, observaba y reía, madre vetusta de los festivales.

Pedro Figari, "Decoración (Preparando el candombe) Óleo sobre cartón 60 x 80


Pedro Figari, "Naranjas y Azahares", Óleo sobre cartón 100 x 70



Texto extraído de: Marechal, Leopoldo (2008) Megafón o la Guerra. Buenos Aires, Seix Barral
Imágenes de pinturas de Figari extraídas de: www.pedrofigari.com
Imagen de Leopoldo Marechal extraída de: esabierto.blogspot.com.ar

lunes, 14 de enero de 2013

SAÚL TABORDA: ALGUNAS OBRAS DISPONIBLES EN LA WEB

Saúl Taborda es uno de los pensadores nacionales más interesantes, completos y profundos que ha dado nuestra Patria. Nacido en Córdoba en 1885, fue uno de los participantes más activos de la Reforma Universitaria de 1918. Fue también, durante el año 1920, rector del Colegio Nacional de La Plata, donde tomó medidas de avanzada para la época, como permitir la convivencia de varones y mujeres o que los jóvenes tocaran la guitarra en los recreos. Ocupó este cargo hasta que una oleada reaccionaria logró destituirlo del lugar bajo la acusación de "anarquizante". Muestra de sus logros y trabajos en esta institución, resulta el hecho de que los alumnos del "Nacional" hayan tomado la institución en protesta por la expulsión de Taborda como rector. 
No es nuestra intensión en este post realizar una biografía de Taborda, esta tarea ya la han realizado otros. Desde este blog somos militantes de leer a los pensadores por sí mismos. Por eso, en esta oportunidad, sólo queremos reunir unas pocas obras suyas disponibles en la web, además de asociar algunas producciones audiovisuales actuales realizadas en los últimos dos años desde el Ministerio de Educación de la Nación y desde La Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires.
Para terminar: Saúl Taborda, falleció en 1943, pero por sus ideas y obras podríamos afirmar que dejó un legado que retomó el peronismo en sus diez años de gobierno del 45 al 55. Del mismo modo, entendemos que los tiempos que corren son por demás de fértiles para estudiar y acercarnos a su pensamiento, pensamiento que nos ayudará a realizar la educación que necesitamos como argentinos americanos que somos.

 (En el centro, Saúl Taborda junto con protagonistas de la Reforma Universitaria de 1918)

Libros escritos por Saúl Taborda disponibles online
Reflexiones sobre el ideal político de América Latina La primera edición es de 1918. La edición que compartimos hoy online corresponde al año 2006 y fue realizada por el Grupo Editor Universitario y contiene comentarios de Carlos A. Casalli.
La Crisis Espiritual y el Ideario Argentino. La primera edición de esta obra es del año 1933.
Investigaciones pedagógicas.  La Primera edición del tomo I es del año 1932, mientras que los cuatro tomos de esta obra se editaron en 1951. La edición que compartimos en esta oportunidad corresponde a la realizada en el año 2011 por la UNIPE (Universidad Pedagógica de la Provincia de Buenos Aires) y tiene una introducción realizada por Myriam Southwell.

Para descargar los libros clickeen sobre el título. Se descargará la versión en formato PDF.


Videos sobre Saúl Taborda 
Myriam Southwell (UNLP) realiza un breve recorrido por la vida y obra de Saúl Taborda. El video forma parte de la colección "Ideas en la educación argentina", producción del Laboratorio de medios audiovisuales de la UNIPE (Universidad Pedagógica de la Provincia de Buenos Aires), es un compendio de perfiles sobre el contexto y la importancia de la obra de autores y pensadores representativos en la historia de la educación argentina.



Jorge Huergo realiza un pequeño panorama de la obra de Saúl Taborda. Video producido por el Instituto Nacional de Formación Docente, Ministerio de Educación de la Nación.



jueves, 10 de enero de 2013

RECTIFICAR A EUROPA por Saúl Taborda


I

Quedan expuestos de una manera sintética los valores creados o adoptados por la civilización que ahora cierra un ciclo de la historia. Inaptos para realizar las nuevas concepciones del espíritu, empeñándose a todo trance en sostener y cohonestar un orden de cosas anacrónicos, su Estado, su política militante, su justicia, su régimen agrario, su ilustración, su Iglesia y su moral de clase, estarán de más en más fuera de su órbita y de su tiempo porque de más en más serán incompatibles con las más altas aspiraciones de la especie.
La consecuencia decisiva que emerge de su conocimiento es la que fija y determina el ineludible deber americano: rectificar a Europa.
A despecho de una extraña palingenesia que se obstina en negar valor y eficacia a las rectificaciones aconsejadas por la ciencia; a despecho de la noción científica según la cual la evolución ontogenética reproduce en el hombre la evolución filogenética que un organicismo fatalista aplica negativamente a la vida de los pueblos, las antiguas colonias americanas pueden y deben rectificar a Europa.
Europa ha fracasado. Ya no ha de guiar al mundo. América, que conoce su proceso evolutivo y así también las causas de su derrota, puede y debe encender el fuego sagrado de la civilización con las enseñanzas de la historia.
¿Cómo? Revisando, corrigiendo, depurando y trasmutando los valores antiguos, en una palabra, rectificando a Europa.

II

No entraña un desconocimiento deliberado de nuestra filiación; no es vano empeño o soberbioso desplante de mal entendido americanismo la idea de que América debe desligarse de una vez de la tutela varias veces centenaria de Europa.
Europa descubrió, conquistó y civilizó el continente que habitamos. Fueron suyas las naves que surcaron el piélago sombrío y trajeron a estas playas la expresión de una cultura superior. Fueron sus hijos quienes levantaron los brazos de la cruz sobre la roca ensangrentada de Huitziloptli y sobre los altares groseros de Pillán. Fueron sus hijos, quienes sembraron nuestro suelo de ciudades y las ciudades de colegios y universidades. Fueron sus hijos quienes nos enseñaron a arar nuestras llanuras, a cuidar nuestros ganados y a sangrar las arterias de oro y plata de los Andes. Fueron sus hijos quienes nos trajeron la industria y el comercio y con ellos la conciencia de nuestra personalidad y el designio seguro de afirmarla en el tiempo y el espacio. Fueron sus hijos quienes nos dieron el tesoro inapreciable del idioma y el Santo Grial en cuyo cáliz América ha bebido el licor maravilloso del arte y de la ciencia. Justo es reconocer el beneficio recibido y justo es agradecerlo con el hondo y solidario sentimiento de unánime adhesión y de cariño infinito que llena el alma de América y la exalta en el trance de angustias indecibles que ponen tan sombrías perspectivas en el hogar antiguo.
Pero si es cierto que Europa nos ha dado todo lo bueno que podía darnos también es cierto que, al imponernos su fórmula social, nos endosó sus vicios y sus fallas. Cerraríamos los ojos a designio, como el torpe que se esfuerza en engañarse, si al fijar y orientar el porvenir ajustáramos el pensamiento a otro orden de consideraciones que aquel que nace con espontaneidad de los acontecimientos de la historia. Antes que nada, Europa nos descubrió movida por el anhelo de satisfacer necesidades materiales de sus pueblos, debilitados por guerras seculares, empobrecidos por las gabelas del fisco, avasallados por monopolios y latifundios, acicateados por el hambre que los hacía exaltar como el delirio de una fiebre la visión del vellocino de oro de Cipango, remoto y legendaria. Tiende un velo de piadosa mentira sobre la realidad, mezquina pero humana, de los hechos quien afirma que la empresa del descubrimiento fue el fruto de una honda exigencia espiritual. Primo vivere deinde philosophare. Europa necesitaba colonias abundantes en productos y riquezas, y colonias abundantes en productos y riquezas fuimos hasta hoy y seguiremos siendo mientras la cultura americana no sea otra cosa que un pálido reflejo de la cultura europea.
Ajena por completo a la idea de que con el correr del tiempo América pudiera dar origen a una manera de ser distinta de aquellas que se han sucedido en el proceso de la civilidad, Europa se dedicó a expoliarla según sus métodos usuales, sin más finalidad que el aprovechamiento inmediato de los cueros de Buenos Aires  del oro de Méjico y de la plata del Perú. Le dio sus usos y costumbres y, al mismo tiempo, le impuso las instituciones políticas y civiles elaboradas por ella en muchos siglos de una lucha constante y dolorosa de potentados y serviles, de vencedores y vencidos, sin sospechar que alguna vez América podía concebir un derecho más alto y más sagrado que el derecho divino, un ideal más noble que el de los dogmas legislados por los magnates del concilio de Trento, un régimen de propiedad más justo y más humano que aquel que consagraron las concepciones jurídicas de Ulpiano. Careció en todo momento de la intuición de que el nuevo continente  libre de reatos y de las trabas ancestrales que a ella maniatan y condenan a una perpetua esterilidad, podía resolver, tarde o temprano, los problemas pavorosos que ahora la han forzado a la liquidación de una hecatombe y malogró las nuevas fuerzas vivas atosigándolas con sus valores feudales.
De este modo  por avaricia, por inepcia y por inopia espiritual, la influencias europea sobre América, durante el coloniato y después de él, ha hecho y está haciendo perder para la raza el momento más feliz y oportuno de la historia.
He ahí por qué América, que puede realizarse, que debe realizarse según el categórico imperativo de su sino, necesita romper el compromiso que liga su cultura europea, he ahí por qué es urgente hacer de modo que la manía furiosa de europeización que nos domina no nos impida ser originales, esto es, americanos por la creación de instituciones civiles y políticas que guarden relación con nuestra idiosincrasia; he ahí por qué es urgente hacer de modo que América no esté circunceñida a pensar, a sentir y a querer como piensa, siente y quiere Europa. La ciencia, observada en su íntimo proceso, no es más que una constante y reflexiva rectificación de la experiencia; y si América quiere edificar su porvenir sobre los sólidos y firmes cimientos que aquélla proporciona, es preciso apurarse a revisar, corregir, desechar o trasmutar, según sea conveniente, los valores creados por Europa. Revisar, corregir, desechar o transmutar los valores europeos, así cueste lo que cueste, por el hierro y por el fuego si fuere menester, es a mi juicio, la misión que nos compete en este instante decisivo de la historia.

El presente texto forma parte del libro Reflexiones sobre el ideal político de América Latina, cuya edición original es de 1918. Una edición actual de este trabajo ha sido realizada por el Grupo Editor Universitario con un estudio preliminar del profesor Carlos A. Casali (Universidad Nacional de Lanús)
SAÚL TABORDA, Reflexiones sobre el ideal político de América, Buenos Aires, Grupo Editor Universitario, 2007. Disponible para su descarga en formato pdf en:  www.cecies.org/imagenes/edicion_113.pdf

viernes, 4 de enero de 2013

Las Islas Malvinas y José Hernández

“Las Islas Malvinas. Cuestiones graves” junto con “Carta interesante: Relación de un viaje a las Islas Malvinas” fueron textos escritos por José Hernández – autor del Martín Fierro- en noviembre de 1869, a propósito del viaje que realizara a estas Islas el amigo de Hernández, Comandante de la Armada Augusto Lasserre. Laserre escribió una carta a José Hernández contando los detalles de la vida en las Islas Malvinas, su geografía, actividades económicas y reflexiones propias sobre la situación de usurpación de las Islas por parte de Inglaterra.
Tanto la carta de Laserre como los textos de José Hernández, fueron publicados en el diario Río de la Plata durante los últimos días del mes de noviembre de 1869 de quien el autor de Martín Fierro era fundador, propietario y redactor. El primer número de este diario salió el 6 de agosto de 1869 y el último el 22 de abril de 1870 (Gil Guiñón, 2006) José Hernández lo fundó a su regreso a Buenos Aires luego de la censura por ser parte de la prensa opositora a Mitre, ya que era federal y partidario de la Confederación.

Queridos compañeros, con ustedes este texto impecable, repleto de actualidad y altos conceptos.  La actualidad,  por el reclamo de nuestra soberanía sobre las Islas, tal como lo viene haciendo el Gobierno Popular de Nuestra Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La altura conceptual porque pone en palabras lo que verdaderamente significa el Suelo Patrio y porque es un texto del padre del Martín Fierro, EL Poema del Pueblo Argentino, el Cantar de la Patria y su gente.

(Señalo con negrita y con colores, colores del Arcoiris, aquellas palabras que me resultan más elocuentes, por su puesto, sin desmerecer las otras que no tienen desperdicio alguno e invitándolos a que hagan lo mismo ustedes. A cada uno le resonará en varios lugares. Ojalá a todos, en el corazón)

¡Que vivan las Islas Malvinas! ¡Qué viva José Hernández! ¡Qué viva Martín Fierro! ¡Qué viva el gaucho Rivero!

Las Islas Malvinas. Cuestiones graves:
A la interesante relación del viaje a las Islas Malvinas de nuestro distinguido amigo el señor Lasserre que publicamos hace algunos días en El Río de la Plata, ha llamado justamente la atención de la prensa ilustrada, y ha sido leída con profundo y general interés en toda la población. Los argentinos, especialmente, no han podido olvidar que se trata de una parte muy importante del territorio nacional, usurpada a merced de circunstancias desfavorables, en una época indecisa, en que la nacionalidad luchaba aún con los escollos opuestos a su definitiva organización.
Se concibe y se explica fácilmente ese sentimiento profundo y celoso de los pueblos por la integridad de su territorio, y que la usurpación de un solo palmo de tierra inquiete su existencia futura, como si se nos arrebatara un pedazo de nuestra carne. La usurpación no sólo es el quebrantamiento de un derecho civil y político; es también la conculcación de una ley natural.
Los  pueblos necesitan del territorio con que han nacido a la vida política, como se necesita del aire para libre expansión de nuestros pulmones. Absorberle un pedazo de su territorio, es arrebatarle un derecho, y esa injusticia envuelve un doble atentado, porque no sólo es el despojo de una propiedad, sino que es también la amenaza de una nueva usurpación. El precedente de injusticia es siempre el temor de la injusticia, pues si la conformidad o la indiferencia del pueblo agraviado consolida la conquista de la fuerza, ¿quién le defenderá mañana contra una nueva tentativa de despojo, o de usurpación?
El pueblo comprende o siente esas verdades, y su inquietud es la intranquilidad de todos los pueblos que la historia señala como víctimas de iguales atentados. Allí donde ha habido un desconocimiento de la integridad territorial, hemos presenciado siempre los esfuerzos del pueblo damnificado por llegar a la reconquista del territorio usurpado. 

El señor Lasserre ha dicho muy bien, inspirado en un noble sentimiento, al emprender su interesante narración: “Las siguientes líneas quizá ofrezcan algún interés por la doble razón de ser ellas (las islas) propiedad de los argentinos, y permanecer, sin embargo, poco o nada conocidas por la mayoría de sus legítimos dueños. No es mi intención, ni creo oportuno este caso, para entrar en consideraciones políticas sobre la no devolución de ese inmenso territorio que hemos prestado a los ingleses, un poco contra nuestra voluntad, pero no quiero dejar pasar esta oportunidad sin deplorar la negligencia de nuestros gobiernos, que han ido dejando pasar el tiempo sin acordarse de tal reclamación pendiente. Es de suponer que la ilustración del actual Gobierno Nacional comprenda la importancia de esa devolución, que él se halla en el deber de exigir del de S.M.B., pues que esas islas, por su posición geográfica son la llave del Pacífico y están llamadas indudablemente a un gran porvenir con el probable aumento de población en nuestros fertilísimos territorios.”
La importancia de las Islas Malvinas es incuestionable. Su proximidad a la costa Sud de nuestro territorio, sus inmejorables puertos para el comercio y navegación de aquellas costas, el valioso ramo de la pesca, la cría de ganados vacuno y lanar, para la cual se prestan maravillosamente sus fertilísimos campos, con ricas aguadas permanentes, todas éstas son ventajas reconocidas por los que han visitado dichas Islas.
Refiriéndose el Standard a la relación del señor Lasserre, y apreciándola en términos honoríficos, anuncia que va a traducirla para ofrecerla a sus lectores. Con este motivo, dice el colega inglés, “que se han realizado grandes compras de ovejas para las Islas Malvinas, las que han sido contratadas a 30 pesos, moneda corriente, elegidas y puestas a bordo”.
Pero no nos hemos propuesto esencialmente dar idea de las ventajas económicas que ofrece la posesión de aquellas Islas. Si no hemos debido prescindir de esos detalles, es porque ellos pueden estimular el celo de nuestro gobierno e influir en sus disposiciones en relación a la reclamación diplomática que debe entablar desde ya ante el gobierno británico.
Con esta cuestión se presenta enlazada otra que no es menos grave por ser individual, y que viene a explicar históricamente el origen de la usurpación del dominio de las Islas Malvinas. La República Argentina mantuvo siempre sobre las Islas su indisputable derecho de soberanía. Penetrados nuestros primeros gobiernos de la necesidad de afirmar la posesión de ese derecho por la explotación industrial de aquellas Islas, hicieron con ese fin algunos esfuerzos meritorios.


En 1828, el gobierno cedió al señor D. Luis Vernet la Isla llamada Soledad, a condición de formar en ella una Colonia a su costa. Esta se realizó con el mejor éxito después de vencer todas las dificultades inherentes a una empresa de tal magnitud.
La colonia prosperaba hacía ya algunos años y el gobierno argentino veía con singular satisfacción el gran porvenir que aquella naciente colonia auguraba para la navegación y comercio de nuestras extensas costas hasta el Cabo de Hornos.
En 1831 fueron apresados en las islas tres buques norteamericanos que habían reincidido en la pesca de anfibios contra los terminantes reglamentos que debía hacer observar la autoridad de aquella jurisdicción. El doctor Areco, en la tesis que presentó en 1866 para optar al grado de Doctor en Jurisprudencia, consagra algunos recuerdos a ese episodio histórico que debía tener tan deplorable consecuencias. Dice así: “El Gobernador de Malvinas [el señor Vernet], obligado a hacer respetar los reglamentos relativos a la pesca, o mejor dicho matanza de lobos, dentro de su jurisdicción, reglamentos tan antiguos como ésta, e interesado en gozar exclusivamente de una de las concesiones que le había hecho el gobierno de Buenos Aires, detuvo unos buques norteamericanos, que según confesión de sus mismos capitanes, se ocupaban de este tráfico ilegal. El tribunal competente los declaró buenas presas y legitimó la conducta del señor Vernet”.
A consecuencia de ese apresamiento el comandante de un buque de guerra norteamericano, destruyó la floreciente colonia de la isla Soledad, y ese hecho injustificable fue precisamente lo que indujo a Inglaterra a apoderarse de las Islas Malvinas, consumando ese atentado contra la integridad territorial de la Nación Argentina, cuya soberanía sobre aquellas islas había sido siempre respetada.
Un distinguido diplomático argentino, el doctor D. Manuel Moreno, acreditado cerca del gobierno británico en calidad de Ministro Plenipotenciario de la República, en 1834, se expresaba en estos términos en nota dirigida a aquel gobierno: “No puede alegarse contra las Provincias Unidas [del Río de la Plata] que traten de revivir una cuestión que estaba transada después de más de medio siglo atrás. Por el contrario, la invasión de la Corbeta Clio en 5 de enero de 1833 es la que ha alterado e invertido el estado de cosas que había dejado la convención de 22 de enero de 1771”.



Entre tanto, el gobierno argentino, que ha pagado íntegramente todas las deudas procedentes de perjuicios originados a los súbditos extranjeros, que se ha mantenido hasta ahora en estrechas y cordiales relaciones con todos los gobiernos europeos y americanos, excepto el del Paraguay, no ha obtenido reparación alguna por los serios perjuicios causados a un ciudadano argentino por la destrucción de la colonia Soledad, ni menos por la usurpación de las Islas Malvinas, arrebatadas por los ingleses, en una época en que los gobiernos hacían imprudente alarde de las ventajas materiales de la fuerza, en un momento dado.
Debemos creer que eso se deba a la indiferencia de nuestros gobiernos, o a las débiles gestiones con que se han presentado ante los gabinetes extranjeros. Absorbidos por los intereses transitorios de la política interna, nuestros gobiernos no han pensado en velar por los altos intereses de la Nación Argentina, más allá del círculo estrecho en que se han agitado estérilmente los círculos tradicionales. Nos hallamos felizmente en una situación nueva y especial.
Los últimos treinta años han marcado la serie de grandes progresos morales y materiales. Ya no es el alarde de la fuerza, el que apoya una gestión cualquiera en el mundo diplomático. Los gobiernos han comprendido ya que no hay otra fuerza legítima y respetable que la fuerza del derecho y de la justicia; que el abuso no se legitima jamás, e imprime siempre un sello odioso sobre la frente de los que lo consuman.
La historia y la moral les han enseñado que tarde o temprano se expía el atentado cometido a nombre de la fuerza, porque los que hoy se prevalen de la inferioridad relativa, hallarán mañana otro poder más fuerte, que utilizará en su ventaja la lección que se desprende de un acto depresivo y criminal.

En los tiempos contemporáneos tenemos ejemplos elocuentes de esa verdad. Austria devolviendo el Véneto a la Italia, después de haber experimentado el fusil de aguja; Francia desprendiéndose de México ante la actitud de los Estados Unidos; España abandonando las islas del Perú, ante la explosión del sentimiento americano, son hechos recientes que confirman la saludable revolución de las ideas de moral y de justicia, que se opera en el mundo.
Gobiernos ningunos en los últimos tiempos han llevado más adelante ese respeto por la opinión universal, que los gobiernos de Estados Unidos y de Inglaterra, y son los gobiernos más fuertes del mundo. La época lejana de ilusorias conquistas pasó y los americanos y los ingleses son hoy los primeros en condenar los atentados que se consumaron en otro tiempo a la sombra de sus banderas. ¿Cómo no esperar entonces que los Estados Unidos y la Inglaterra se apresuren a dar testimonio de su respeto al derecho de la Nación Argentina, reparando los perjuicios inferidos, devolviendo a su legítimo soberano el territorio usurpado?
Entendemos que la administración del General Mitre se preocupó de esta cuestión y envió instrucciones al ministro argentino en Washington, que lo era el señor Sarmiento, para iniciar una justa reclamación por la destrucción de la colonia y el abandono a que esto dio lugar. Parece que el señor Sarmiento no reputó bastante explícitas las instrucciones, aunque apoyó resueltamente el derecho de entablar aquella reclamación. Entre tanto, deber es muy sagrado de la Nación Argentina, velar por la honra de su nombre, por la integridad de su territorio y por los intereses de los argentinos. Esos derechos no se prescriben jamás.
Y pues que la ocasión se presenta, preocupada justamente la opinión pública con la oportuna publicación de la interesante carta del señor Lasserre, llenamos el deber de iniciar las graves cuestiones que surgen de los hechos referidos. Llamamos la atención de toda la prensa argentina sobre asuntos de tan alta importancia política y económica, de los cuales volveremos a ocuparnos oportunamente.

Fuentes:

Hernández, José; Lasserre, Augusto; Gil Guiñón, Joaquín, (compilador) Las Islas Malvinas : lo que escribió Hernández, en 1869, respecto a este territorio argentino y las noticias que acerca de su viaje a las islas le comunicó Augusto Lasserre [Comandante de la Armada]. Buenos Aires : Corregidor, 2006
Las imágenes las fui tomando de distintos blogs, muchos compañeros. ¡Mil gracias por ponerlas a disposición!



miércoles, 2 de enero de 2013

MALVINAS Y PAYSANDÚ: DOS BATALLAS, UNA GESTA ARGENTINA ORIENTAL por Hugo Ferreira

  El 2 y 3 de enero, se conmemoran dos fechas, una en Argentina y otra en Uruguay. Ambas, aún laten con fuerza en toda la Patria Grande: El 3 de enero de 1833, embarcaciones del imperio británico tomaban por la fuerza el territorio argentino de las Islas Malvinas. Pero tuvieron que vérselas con el gaucho entrerriano Antonio Rivero que liderando la Revolución Malvinera (26 de agosto de 1833), mantuvo en alto con dignidad durante algo más de cuatro meses el emblema de las Provincias Unidas en América del Sur. 32 años más tarde, el 2 de enero de 1865, terminó la gloriosa gesta de 33 días de la Heroica Paysandú liderada por el oriental Leandro Gómez.

Plaza Islas Malvinas, esquina Paysandú y 9 de Julio (Colón, Entre Ríos)

El 3 de enero de 1833, embarcaciones del imperio británico tomaban por la fuerza el territorio argentino de las Islas Malvinas. Pero tuvieron que vérselas con el gaucho entrerriano Antonio Rivero que en la gesta de la Revolución Malvinera, comenzada el 26 de agosto de 1833, mantuvo en alto con dignidad durante algo más de cuatro meses el emblema de las Provincias Unidas en América del Sur. 32 años más tarde, el 2 de enero de 1865, terminó la gloriosa gesta de 33 días de la Heroica Paysandú liderada por el oriental Leandro Gómez.
 Solar en el que fueron fusilados el Gral. Leandro Gomez, el Tte. Coronel Juan María Braga, el Mayor Eduviges Acuña y el Capitán Federico Fernández.

 Paredón de fusilamiento
Marca de bala en el paredón

La usurpación de aquel 3 de enero de 1833, anunciaba el plan del imperialismo de conquistar el territorio sur de la Confederación Argentina y de dividir al país en varias republiquetas. Lo estaba consiguiendo en Centroamérica, lo consiguió con el mutilamiento de Bolivia y Uruguay de la Confederación.

La segunda, la Heróica Paysandú, anunciaba el plan de genocidio que se quería llevar al Paraguay. En ese sentido, Paysandú fue el laboratorio de lo que más tarde se realizaría en el Estado Guaraní.
Escolta Charrúa

La historia, así en minúscula, no nos enseña nada. La Historia, así en mayúscula, es lo que nos posibilita reflexionar, elaborar, pensar y sobre todo, SIMBOLIZAR esas experiencias de nuestra Patria.

Pero entonces, ¿qué tienen en común Malvinas y Paysandú? ¿Dónde confluyen esas epopeyas? Y principalmente, ¿qué importan hoy, a 180 años de una y 148 años de la otra?

Ambas gestas fueron protagonizadas por mujeres y hombres de nuestra tierra, indios, negros, gauchos y criollos que amaron a nuestro país y que enfrentaron a fuerzas colonizadoras realmente colosales. Rivero, al mando de sus pocos gauchos e indios, mantuvo la resistencia contra los marines de su graciosa majestad (nunca entendí qué tiene de graciosa esa vieja castradora). Leandro Gomez, con poco más de mil hombres, resistió en la capital sanducera el golpe de estado encabezado por Venancio Flores (también conocido en Santa Fe como “el degollador de Cañada de Gomez”), apoyado por la módica suma de 15 mil soldados de ejército imperial brasileño y sus escuadras. Con la Patria en los brazos, Rivero y Gomez la defendieron de aquellos que la deseaban para exprimirla y explotarla para fines no por inconfesables menos reales. Rivero y Gómez, contemporáneos entre sí – el entrerriano había nacido en Arroyo de la China [Concepción del Uruguay] en 1808 y el oriental en Montevideo en 1811 – pelearon en la misma guerra por la Soberanía nacional liderada por Rosas y Oribe. Malvinas el final del prólogo; Paysandú fue el comienzo del epílogo.

Leandro Gomez

En ambas gestas pelearon argentinos y orientales. En la Revolución de los Malvineros liderada por Rivero participaron 5 ó 6 guerreros federales de origen charrúa, sobrevivientes del genocidio realizado por el “Pardejón” Rivera, desterrados del recientemente inventado Estado Oriental. En Paysandú pelearon otros tantos argentinos, entre los que quisiera destacar a Rafael Hernandez, el verdadero padre de la Universidad de La Plata y hermano de José Hernandez el escritor de Martín Fierro. José apoyó a la Heroíca desde la banda occidental (impedido de cruzar el Río Uruguay). Alguien más: Waldino Urquiza, hijo del infame loco traidor “Justo” Urquiza, peleó junto a los nacionales orientales en un intento de conmover a su progenitor; no lo consiguió.

Reconstrucción del rostro del gaucho Antonio Rivero

Resulta elocuente que en Paysandú también lucharan orientales de origen charrúa, igual que en Malvinas. ¿Por qué luchaban todos ellos? Por amor a esta tierra en la que elegimos nacer, por nuestros hermanos, por nuestro “mero estar” y nuestro “mero darse para el fruto” como nos enseña Rodolfo Kusch. Por nuestras canciones, nuestra fe, nuestros candombes y milongas, nuestros malambos y carnavalitos, por nuestros cielitos y murgas. Por nuestras procesiones a la Santa Madre y nuestras ofrendas a la Pacha. Juntos, argentinos, orientales y americanos.

Autor: Francisco Ayerza, aprox. 1890, Estancia San Juan, actual Parque Pereyra Iraola

Ser consecuentes con Antonio Florencio Rivero y Leandro Gómez no es golpearse el pecho hablando de la Patria, vistiendo boina vasca, bombacha inglesa y camisa polo. Es aceptarla, comprenderla y amarla. “La Patria no es una mujer de pechos reventones” conceptualiza espiritualmente Leopoldo Marechal; o sea que quienes se llenan la boca con su nombre con el único fin de enriquecerse los bolsillos y aumentar sus privilegios no la conocen, no la aceptan, no la aman. Descendientes de los “papapolitanos” y otros gringos, tienen el bajísimo atrevimiento de decirles “extranjeros” al hijo del charrúa, del mapuche, del guaraní, del quichua y del aymara, del negro y del criollo que dieron su vida y su sangre para que hoy podamos tener nuestros países.
Monumento al General Leandro Gomez, Plaza Constitución, Paysandú (Uruguay)

Hoy no nos van a invadir escuadras imperiales colosales como las que tuvieron que enfrentar Rivero y Gómez al frente de charrúas, negros y criollos; pero eso no significa que no estemos una y otra vez resistiendo desembarcos imperiales de Misters Cosos eufemísticamente llamados fondos buitres, papeleras, fondos monetarios, etc., apoyados por los contreras de adentro, “patriotas” de Jockeys y jackets.

Xul Solar, "Drago", 1921

Hoy, seguir el ejemplo de Rivero y Gómez es hacer todo lo que haya que hacer para consolidar nuestra Unión de Naciones Sudamericanas y nuestro Mercado Común del Sur, con trabajo, salud y cultura (nuestra cultura) para todas y todos los americanos.

"Bando, neones y sapos", Ricardo Carpani