viernes, 24 de mayo de 2013

Fuerza del corazón (Leopoldo Marechal, del Megafón o la guerra)


- Tu pelea- le dijo Troiani-se ajusta más a la poesía que al arte militar.
- ¿Es un inconveniente? – le preguntó el Autodidacto.
- No es un inconveniente – repuso Troiani cuyos ojos de acero relampaguearon-: ¡es una tentación! Los grandes hechos de armas no abundan en la historia, se desarrollaron como teoremas poéticos. Un Aníbal, un Napoleón o un San Martín son poetas en acción de combate o guerreros en acción de poesía. Lo que te hace falta es un equipo bélico entrenado en la costumbre poética del coraje.

San Martín, Rosas, Perón (Alfredo Bettanin, 1972)
Se rascó la nuca en un gesto dubitativo:
- Sí- repitió-, el coraje. Pero, ¿de qué coraje me hablas ahora?
- ¡Yo no dije nada!- protestó el Oscuro.
- Muchacho –le aclaró Troiani-, quise decirte que necesitarías peleadores de "coraje militar" o peleadores de "coraje civil".
-¿Cuál es la diferencia?
-La diferencia está en el significado mismo de la palabra coraje: "fuerza o esfuerzo del corazón". El coraje militar se basa en los armamentos, en los uniformes jerarquizados, en los códigos de subordinación y disciplina, en un ordenamiento de hombres, técnicas y útiles que le da una sensación de seguridad interna frente a la inseguridad externa propia del mundo no castrense. Si lo arrancamos de su medio natural o si lo abandona él mismo para lanzarse a la esfera civil, el militar se ahoga como un pejerrey fuera del agua: se agita en resoplidos y coletazos inútiles. Por eso los militares fracasan en el gobierno civil. ¡Muchacho, no entienden a la civilidad! ¡Patricia, no dan pie con bola!
-¡Y cómo es el coraje civil? -le preguntó el Autodidacto.
-Es un coraje sin polvorines - dijo Troiani-. En la ofensiva y en la defensiva sólo usa o la inteligencia o la imaginación o la sensibilidad, porque ha de adaptarse a lo contingente de su batalla con el pecho desnudo. ¿Querés que te diga lo que descubrí en la pisión de Magdalena, viviendo con los civiles encarcelados? Sólo el coraje civil responde actualmente a la definición de la palabra  El coraje militar se ha reducido a una mera costumbre administrativa. ¿Y sabés por qué? Porque ya no hay "soldados" ni en el país ni en el mundo. Ahora sólo tenemos "fuerzas armadas".

Extraído de: Marechal, Leopoldo (2007) Megafón o la guerra. Buenos Aires, Seix Barral. Primera ediciòn de 1970, año de la partida de Marechal.


martes, 7 de mayo de 2013

Sabiduría de América (por Rodolfo Kusch)


¿Qué queremos decir cuando nos afirmamos "objetivos"? ¿Qué hay con la subjetividad? ¿Será que somos "turistas espirituales"? Maravilloso texto de Rodolfo Kusch sobre este tema aún no resuelto que debe ser tan antiguo como la colonización misma.

Rodolfo Kusch en Bolivia
(En América Profunda, 1962)


Así retornamos a Santa Ana del Cuzco, donde nos topamos con el mendigo y nos encontramos otra vez en el mismo punto de todo turista: buscamos un sentido a esa distancia que media entre nosotros y todo aquello que sentimos tan lejos.
Por eso se hace importante la objetividad. Esa misma que utiliza el buen burgués cuando quiere tomar conciencia de una situación política o un problema comercial, o cuando un lector se refiere al criterio empleado por un periódico y alaba su objetividad porque toma en cuenta todos los elementos de cualquier situación. Detrás de todo eso hay un culto al objeto, al mundo exterior, una especie de culto a las piedras.
Esta obsesión ciudadana de la objetividad es indudablemente un prejuicio occidental y es propio de quien está en un patio de los objetos. También en el patio se reúnen los vecinos a hablar mal de los otros, "objetivamente".
Pero en el occidente, como en el patio del conventillo, la objetividad cumple además otra finalidad: permite la salida de sí mismo y fijarse en el mundo exterior, casi como si uno se dedicara a pasear para no estar preocupado. El mundo exterior, y su culto nos permite distraernos de nuestra intimidad. La ciencia, que es el culto al objeto porque cultiva a la naturaleza y a sus leyes, sirve al hombre moderno para escabullir su intimidad y hacerse duro y hasta mecánico. ¿Será que la objetividad ha servido para cancelar la importancia del sujeto? Algo de esto debe haber, porque el occidental necesita recurrir al oriente o al psicoanálisis para hallar su subjetividad.
Y esto es así porque occidente es el creador del objeto. Ni el oriental, ni el indio quichua, ni el papua tienen ese problema: ve la realidad como pre-objetiva y, ni siquiera ellos mismos son sujetos, sino que son una pura y animal subjetividad. Eso no lo ve el occidental. Pero él está, sin embargo, en la pura subjetividad: los rascacielos, las calles, las ciudades, todos son materializaciones de cosas subjetivas, aun cuando sean pura piedra o acero. Un automóvil es la material subjetividad de un ingeniero, un sueño delirante hecho realidad.
Pero si en el occidental la obsesión de la objetividad es heroica, en nosotros es simplemente gratuita. Con la objetividad tratamos de tapar lo que no queremos ver. La necesidad de construir una fábrica impide ver el potrero que hay debajo. En la misma forma tratamos de no ver lo esencial en las calles de Cuzco. La arqueología y la etnología convierten al indio en una cosa mensurable que situamos en el patio aquel de los objetos. ¿No ocurre lo mismo cuando se habla de "peronismo"? Se lo rechaza objetivamente sin saber que esencialmente forma parte de nuestra subjetividad.

Milagros Salas, referente del Movimieto Tupac Amaru (Jujuy) en una celebración a la Pachamama

Si no hiciéramos así, tendríamos vergüenza. Por eso nos esmeramos en afirmar que vemos las cosas tal como son, sólo para ocultar nuestra subjetividad, que es la única manera como vemos todo.
Pero, además, la objetividad nos permite la comodidad de sentirnos turistas en cualquier lugar. Es el caso del Cuzco. El indio pasa ante nosotros y lo vemos como un objeto-indio, que nada tiene que ver con nosotros. Somos en ese sentido turistas espirituales. En todas las situaciones que se nos plantee en América, ya sean económicas, culturales e incluso cotidianas, empleamos la objetividad como una manera de aislar nuestra calidad de sujetos frente a eso que se da afuera. No es más que una manera de no afectarnos, de estar cómodos, como en casa o, mejor dicho, como en el patio de la casa, rodeados de nuestros amables vecinos.
Y, en tanto hacemos eso, no somos sujetos vivientes sino sujetos universales y teóricos, ya que nada nos liga al objeto-indio, sino un afán evidente de evitar un compromiso con la realidad y, secretamente, de convertir a ese pobre indio en un mercader. ¿Sería el mercader el secreto de la objetividad?
Pero es curioso como armamos esa objetividad. Está apoyada en el coche que pasa, en la moneda, el recuerdo del viaje acelerado en el tren mecánico y ruidoso, todo eso sostiene y apuntala nuestra impermeabilidad y nuestro turismo espiritual. La calidad artística de un cuadro, la mención de las técnicas pictóricas, los púlpitos tallados y la explicación impresa en algún folleto para turistas, nos hace ver que todo está medido, exacto y previsto, como para mantener la distancia necesaria y salvar nuestra responsabilidad de sujetos observadores, frente a una realidad que es aparentemente objetiva y lejana.
Pero mentimos. Hemos colgado nuestra responsabilidad de los objetos en vez de llevarla adentro. Así lo hacemos en política y nos salvamos. Es ese "qué me importa" tan argentino: nos sirve para huir, pero dejando en alto la objetividad. Es porque nada tenemos que ver con nada.
Así iniciamos el culto a lo exterior a costa de lo interior. Es el culto del automóvil del nuevo rico, o de la copiosa bibliografía de nuestros pensadores universitarios o del vago progresismo de nuestro buen industrial. Es el afán de quedarnos en el simple automóvil, la bibliografía o el progresismo y ver siempre delante, una realidad lejana y objetiva.


¿Pero cómo hacer para revalidar el margen de subjetividad que necesitamos para reencontrarnos y tratar de despojarnos de esta concreta y práctica objetividad en que nos hallamos embarcados y que nos da este tinte endemoniado de un pueblo exclusivamente mercader?
Dada la situación, sólo nos puede redimir una especie de biblia o escrito mesiánico, porque sólo así habremos de encontrar un escape a todo ese mundo que reprimimos para ser objetivos. Se trata de hacer una operación quirúrgica para introducir la verdad en la mente de nuestros buenos ciudadanos.
Manuscritos como la biblia hicieron algo que nuestra literatura técnica, y menos aun la no-técnica no ha hecho, y es el de escribir desde el punto de vista de la vida y no de la razón. El problema del mero estar comprende la pura vida de un sujeto. Pero nosotros nada sabemos oficialmente de la vida.
En nuestro caso es casi tan absurdo quizá como querer hacer una biblia para ladrones, a fin de que ellos vean reflejada su desnudez de ladrón en un manuscrito santo; cosa ésta que por otra parte sería muy natural y hasta muy útil de hacer. O, mejor, tendríamos que hacer una biblia para renegados o, para reprimidos, que juegan muy mal su papel de advenedizos.
La necesidad de concretar un dogma surge como consecuencia natural del hecho de haber sondeado las cosas de América. Esta supone una forma especial de vida y por lo tanto ha de expresarse en un verbo. Toda forma de vida toma un signo tácito que la expresa, en torno al cual se consolida y gana su salud. Por eso mismo el verbo que exprese a América distará mucho de ser pulcro, porque tendrá una desnudez vergonzante y hedienta.

Puerta del Sol, Tiawanaku (Bolivia)
La toma de conciencia de nosotros mismos como sujetos ha de tener el mismo efecto que, cuando un católico, un judío o un protestante se ven imposibilitados en continuar las prácticas estereotipadas de sus respectivos cultos, y retornan a su antigua fe, bebiéndola nuevamente en sus fuentes originales. Hacer esto en un siglo tan poco creyente como el nuestro, implica una labor penosa que puede incluso avergonzar. Es vergonzoso creer efectivamente en Adán y Eva en medio de tanta técnica y tanta ideología práctica, como las hay hoy en día. Por eso el creyente que retoma las fuentes de su religión terminaría hoy siendo un hediento, aun cuando ello no fuera en sí mismo reprobable. Y eso ocurre porque las viejas raíces vitales siempre hieden, porque nos afean esa aparatosa pulcritud a que nos hemos acostumbrado.
Y lo mismo habrá de ocurrir si lo hacemos con lo americano. Si elaboráramos una concepción del mundo sobre la base de los elementos recogidos en los primeros capítulos, también terminaríamos avergonzados. Habríamos conseguido la verdad sobre nuestra condición verdadera de estar aquí en América, pero nos sentiríamos como despojados y harapientos, porque eso estaría en contradicción con nuestro ideal como argentinos y occidentales, consistente en ser pulcros y aparentemente perfectos.
Sin embargo es preciso intentarlo. Y lo haremos casi como si lo hiciese el viejo yamqui, suponiendo que hubiese ido a la universidad y estuviera entre nosotros y que, escandalizado de tanta soberbia, hubiese volcado su sentimiento americano en los moldes técnicos y objetivos que manejamos hoy en día. Mas que sentimiento volcaría una filosofía de la vida nacida en el quehacer diario del pueblo, como ser la que vive el indio que sorprendemos en las callejuelas del Cuzco o la del campesino de nuestra Pampa o, más aún, la del paria que habita al amparo de nuestra gran ciudad, olvidado de todos y con ese su miedo atroz de perder su sueldo o de que lo lleven preso injustamente. Así lo haría el viejo yamqui y haría muy bien, porque sólo así volveríamos a tomar esa antigua savia de la que nos han querido separar.

Tanto las imágenes como el texto han sido digitalizados por el blog Didáctica de esta Patria.

¿Saber o sabiduría? (por Rodolfo Kusch)


(por Rodolfo Kusch en: Charlas para vivir en América)

¿Por qué decimos "ya sé, ya sé"? ¿Qué queremos decir con la pregunta "cuándo vas a aprender"? ¿Y cuando decimos "ya agarré" para referirnos a algún conocimiento? ¿Qué sabemos de nosotros mismos? ¿Qué saber enseñamos a nuestros alumnos en las escuelas? ¿Saber pulcro o saber tenebroso? En este hermoso texto, Rodolfo Kusch, el gran pensador, filósofo y antropólogo argentino, nos da las claves para pensar - entre otras cuestiones- qué sabemos de nosotros, qué creemos que sabemos, qué enseñamos... 


Rodolfo Kusch en Bolivia


Desde niños nos suelen decir con cierto desprecio "Cuándo vas a aprender". A la vida la vemos siempre como algo en donde tenemos que adquirir determinados datos para enfrentar las vicisitudes. Y en esto nos puede haber ido bien o mal. Si nos va mal, nos queda un raro modismo. Cuando el jefe o el amigo nos explica algo decimos de inmediato "Ya sé, ya sé". Nos urge saber, o en todo caso simular algún saber.
Se diría que aunque nos esforcemos en saber, siempre nos queda la sensación de una leve ignorancia, que flota detrás del dato recién aprendido, y que seguramente se manifestará el día de mañana cuando aparezca la novedad que nos hará ver que nada sabemos o que nuestro saber es anticuado. Por otra parte siempre habrá en otros lados mejores máquinas, mejores procedimientos, más libros y más saber.
Y esto poco o nada remedia la enseñanza. Suele haber serias contiendas entre profesores de una misma materia pero de distintos cursos. Concebimos la enseñanza como una fabricación en serie. Es natural que si el profesor del primer año no pone la rueda el de segun­do no tiene porqué ajustar las tuercas. Pero es inútil. Porque aunque el de primero diga "ya sé, ya sé", y aun­que el de segundo truene con aquello de "¿y cuándo aprenderá?", el alumno igual pasará entre el fragor de los dos y seguirá algunos años más para egresar al fin y decir al prójimo, también "ya sé, ya sé", aunque no sepa nada. Y esto no sólo es propio de la enseñanza, sino que también se da en el plano nacional y hasta continental. Fuimos formados en América bajo la tenante pregunta de "¿cuándo vamos aprender?" y proliferamos en instituciones precisamente como una forma honesta y sincera de responder, y, un poco, para decir lo mismo que el alumno aquél: "ya sé, ya sé", aunque nada sepamos.
Pero de esto estamos seguros e incluso hartos. Por eso nosotros siempre envidiamos el desparpajo con que un porteño se burla ante la exposición que alguien hace de sus conocimientos, y no pudiendo con su genio dice groseramente: "Cómo sabe". ¿Qué dice con eso el porteño? Pues debe ser en cierta medida algún antídoto para frenar tanta adquisición de datos nuevos. Al fin de cuentas con un "ya me las voy a arreglar" trata de hacer frente a las situaciones con la pura y absoluta ignorancia. ¿Y eso está mal?
Pero el porteño dice también, un poco para salir del paso, "ya agarré". ¿Y esto qué significa? Se diría que el saber supone una cosa, que se "agarra" con todas las consecuencias: algo exterior, ajeno a uno, y que debe ser adquirido sin más como un par de zapatos. Si así fuera, no deja de ser sospechoso saber mucho. Seria algo así como "haber agarrado mucho", o tener un sin fin de conocimientos-cosas como quien tiene propiedades. Y el porteño tiene razón. Solemos saber mucho sólo para mostrar todas las cosas que tenemos. Más aún, sabemos para "ser alguien". Algo de esto debe haber porque no por nada se dan los pequeños pedantes que agregan a su buena posición social o docente, un brillante despliegue de datos inútiles. Tenemos mucha urgencia de ser lúcidos y lo hacemos mal.
Pero veamos otra cosa. Si el saber lúcido crea tantos problemas, la ventaja debe estar en su opuesto, en algo así como el saber tenebroso. Si el saber lúcido de cosas que se "agarran" y se esgrimen nos torna un poco ficticios y hasta inmorales, el saber tenebroso debe salvar nuestra moralidad.
Pero he aquí que chocamos con la razón. Si el saber lúcido dice que dos más dos son cuatro, el tenebroso dará otro resultado. ¿Cómo es eso? Pues es muy simple. Cuatro chocolatines para un niño hambriento no es lo mismo que para un niño satisfecho. El deseo o la satisfacción hacen que no sea verdadero ese axioma matemático dé que cuatro es igual a cuatro. La vida se encar­ga de turbar el rigor de los números. La angustia, el amor, el odio tornan al saber lúcido en algo tenebroso. Y he aquí el problema: de este saber tenebroso nadie nos habló. Lo esgrimen sólo los porteños diciendo "cómo sabe", o "ya agarré" o "ya sé". Y ahí queda todo.
Los aztecas en cambio solían concebir la educación como una formación del rostro y del corazón. El rostro era la máscara que cada uno necesitaba para enfrentar a sus prójimos, como si se tratara del aspecto exterior del hombre, eso que se ve sin más a través de los buenos modales y la cortesía. Era en parte lo que entre nosotros resolvemos míseramente con el "ya sé, ya sé". El puro saber como adquisición de datos: un saber lúcido.
Sin embargo fincaban la importancia de la educación en otros aspectos. Era aquél según el cual el saber no provenía de afuera si no de adentro. Era el corazón. ¿Y en qué consistía? El corazón tenía para los aztecas un sentido especial. Era la semilla puesta por la divinidad en el centro del cuerpo, en medio de los cuatro miembros humanos, en cierto modo el quinto elemento integrador que centraba en sí la sabiduría. ¿Y qué era ésta? Pues el equilibrio no sólo del individuo sino también del universo.
Ese mismo corazón era asociado al corazón físico y era ofrendado a la divinidad, por intermedio del sacrificio sangriento. El corazón era el lugar donde se junta­ban los opuestos, donde se daba la luz y las tinieblas, pero también era el esquema del universo que ellos con­cebían, el animal-mundo con sus cuatro miembros y la ciudad ombligo. Hombre y mundo debían estar concebidos de la misma manera si no había educación.
El discípulo cuyo corazón estaba formado sabía de las cosas del cielo y de la tierra, lo verdadero y lo falso, y cómo uno se convertía en otro. Sabía en suma el margen de tinieblas que rodea el saber lúcido. Sabiduría era entonces un saber lúcido y un saber tenebroso. Como si se abarcara toda la montaña: su parte iluminada y su parte oscura.
¿Y en qué consiste ver sabiamente las cosas? Pues en adosar las tinieblas a la luz. Si dos más dos son cuatro para las matemáticas, el sabio le agrega la sospecha tenebrosa de que para la vida eso podría no ser así. Si cuando decimos hombre creemos estar diciendo todo, el saber tenebroso supone que detrás de cada cosa está su negación, detrás de hombre el no-hombre. La simple negación.
Pensemos qué significa no-hombre. Supone desde ya otra cosa: piedra, planta, dios, gato, mesa y muchas cosas más. Y juntar el hombre con el no-hombre, según el saber tenebroso, significa echar lo que aquél es en lo que no es. Y está bien. Porque sólo convirtiendo el hombre en un gato nos daremos cuenta cómo extrañamos todo lo referente al hombre. Y lo mismo pasaría si lo convirtiéramos en planta o en piedra o en armario. Negar al hombre es afirmar todo lo que el hombre, es. Y es más. Si cuando decimos hombre pensamos sólo en blanco, con el no-hombre pensamos también en negro.
¿Y qué pasa en todo esto? Pues que de esta manera, descubrimos la semilla o el corazón del concepto de hom­bre. En cierta medida volvemos a crearlo, porque aprendemos todo lo que el hombre podría ser, lo blanco y lo negro del hombre. Por eso conviene no dejar de lado el saber tenebroso. ¿Entonces deberíamos imitar a los az­tecas y no ser tan excesivamente lúcidos?
Pero es que somos lúcidos en la cátedra pero tenebro­sos en la calle, subversivamente tenebrosos. Nosotros nunca diríamos como el porteño "ya sé", o "cómo sabe" o "ya agarré", pero lo pensamos. Porque ¿qué significan realmente estas expresiones? ¿No esconden en realidad cierta burla ante el saber lúcido? ¿Y más aun, no se trata en el fondo de afirmar un saber tenebroso? Y si fuera así ¿nos sentimos culpables de querer saber —como los aztecas— el corazón de las cosas y no su rostro, pero nos asustamos?
Quizá no sea para tanto. Pensemos sólo que vivir significa tener el germen de las cosas en la mano. No hace­mos nada con sólo conocer su aspecto o su rostro, el mero dato vacío o los hechos. Si supiéramos que nuestra ciudad es realmente de cemento y asfalto o que detrás de las fechas nada hay, nos moriríamos en seguida. Sólo vivimos porque suponemos, un poco tenebro­samente, que detrás del cemento y el asfalto y de la his­toria misma hay un animal-mundo que vive a la par nuestra, tal como pensaban los aztecas. Si no estaríamos muy solos.
El misterio de la sabiduría está en saber que el hombre es lúcido y tenebroso a la vez, aunque nos disguste. Y esto ya no se "agarra" como dice irónicamente el porteño, se sabe sin más. Pero mientras no comprendamos esto seguiremos enseñando o haciendo cosas en el pla­no mezquino del "ya sé", ese que consiste en defendernos humildemente ante un saber de piedra, sin corazón y de puro rostro. Pero no olvidemos que los aztecas y nuestro porteño son más sinceros. Realmente, el día que enseñemos a los alumnos un saber lúcido, que sea a la vez tenebroso, habremos ganado el cielo.

El texto y la imágenes han sido digitalizados por el blog Didáctica de esta Patria.

miércoles, 24 de abril de 2013

Megafón y los libros


Conocí a Megafón en 1921 y en la Bilbioteca Popular Alberdi que yo dirigí hasta 1925 y que funcionaba en la calle Camargo de Villa Crespo. Megafón (nunca supe su nombre verdadero) era un adolescente de catorce años, espinoso y greñudo, que según averigüé trabajaba como aprendiz en un aserradero de la calle Canning. Por las noches y con una regularidad que habría encarecido Sarmiento, el aprendiz de aserrador se instalaba en la biblioteca: hundía el catálogo mugriento en su rostro cortante y voraz de ave nocturna; me señalaba luego con la enlutada uña de su índice un título borroso; yo hacía descender hasta sus manos el volumen elegido; y se lo llevaba él a su mesa de rincón, desconfiado y angurriento como un animal que se retira con su presa. Recuerdo que algunas noches, al observar de reojo la masticación intelectual de aquel adolescente, me parecía oír en su mesa un crujir de huesos literarios y un chupar de caracúes filosóficos. Porque aquel niño lector arreaba con todo, ciencias, artes y letras, en un desorden que favorecía no poco el mismo tenor de la Biblioteca Popular Alberdi cuyo acerbo bibliográfico enriquecido por frecuentes y arbitrarias donaciones, todo lo proponía, cambalache revuelto, desde la Poética de Aristóteles hasta un tratado anónimo de logística militar. Cierta vez, llevado por mis inquietudes pedagógicas, traté de canalizar las lecturas de Megafón que se deslizaban como un río sin márgenes. Pero mis intentos resultaron inútiles: Megafón usaba un método bárbaro que consistía en buscar sólo aquellas nociones que sirviesen a su problemática interna. Y aquel método, aplicado más tarde a la instancia de una vida en laberinto y pelea, lo convirtió al fin en el Autodidacto de Villa Crespo, uno de los nombres con que se lo recuerda y que le impuse yo mismo ahora.
Texto extraído y tipeado de: Marechal, Leopoldo (2007) Megafón, o la guerra. Buenos Aires, Seix Barral (pág. 9)

lunes, 8 de abril de 2013

La Instrucción primaria (en "La Colonización Pedagógica) por Arturo Jauretche

El pueblo en que nací, en el oeste de Buenos Aires, era treinta  años antes territorio ranquelino, pero la escuela a la que concurrí ignoraba oficialmente a los ranqueles. Debo a Búffalo Bill y a las primeras películas de cow-boys mi primera noticia de los indios americanos. ¡Esos eran indios!, y no esos ranqueles indignos de la enseñanza normalista.
Salíamos de la escuela y a la sombra de los viejos paraísos plantados por los primeros pobladores, un anciano de barba, tío abuelo mío a quien llamábamos "El Cautivo" por haberlo sido en su niñez, durante 11 años, nos refería historias de tolderías y malones que escuchábamos absortos. Su padre, mi bisabuelo materno, había sido muerto allí, en la frontera, nuestro Far West, en el último malón.

Ilustración de Ricardo Carpani para el libro "Imperialismo y Cultura" de Juan José Hernández Arregui (1964)

Para recordar eso hubiera sido una profanación en la escuela de los principios pestalozzianos. Es así como el hijo del Oeste ignora el oeste, como el del Norte, el norte; y el del Sud, el sud. No tenemos literatura de pioneros y el hijo del país desconoce cómo se ha creado el suyo, la transformación de su naturaleza, de sus instituciones, de su población. Y si lo conoce es por sus cabales, a pesar de la escuela, y más por su experiencia de "rabonero" y "malas compañías".

La escuela nos enseñó una botánica y una zoología técnica con criptógamas y fanerógamas, vertebrados e invertebrados, pero nada nos dijo de la botánica y la zoología que teníamos delante. Sabíamos del ornitorrinco, por la escuela, y del baobab por Salgari, pero nada de baguales ni de vacunos guampudos, e ignorábamos el chañar, que fue la primera designación del pueblo hasta que le pusieron el nombre suficientemente culto de Lincoln. Es sabido que nada ayuda tanto al progreso como un nombre gringo, según lo estableció Sarmiento al rebautizar Bell Ville a Fraile Muerto1.

¿Cómo extrañar, entonces, que mirásemos despectivamente las cigüeñas de nuestros bañados, al compararlas con las muy literarias y europeas que anidan en las torres de las iglesias? ¿Cómo comparar el indígena zorro, que acabábamos de trampear, con el respetable "Maitre Renard" mencionado en la escuela? De esa formación han salido las Navidades con nieve y los Papá Noel de nuestros niños, y las primaveras abrileñas de nuestros poetastros. Conocíamos el Yang-Tse-Kiang y el Danubio, pero la escuela ignoraba el Salado Buenos Aires, que nace allí en las lagunas donde buscábamos las nidadas del juncal. ¿Y esa otra laguna, aún más cercana? ¿Cómo nombrar la "laguna del Chancho" en la escuela donde el chancho era cerdo? ¿Qué decir de una historia a base de héroes de cerería -tan absurdos como los niños modelos propuestos por los libros escolares- y que nos obligó a buscar nuestros héroes con valores humanos en la literatura de ficción o en la historia de otros países?2


Ricardo Carpani "Quiénes somos, de donde venimos y a dónde vamos" (boceto para mural 1991)

Mis noticias de la guerra del Paraguay se confunden entre las enseñanzas de la escuela, con militares santos y soldaditos de plomo, en prados de esmeralda, y los relatos de sus veteranos. Porque allí enfrente, en la plaza, había siempre tres o cuatro veteranos a quienes tocaran suertes de chacra en el ejido, que nos ilustraban sobre la recluta forzosa, dirigida por los "niños porteños" y la impopularidad de la guerra. Teníamos así noticias de dos guerras distintas: una oficial contra el Paraguay y otra privada y popular contra los brasileños, cuando paraguayos y argentinos, después de las batallas, recorrían juntos los cadáveres de los subditos del Emperador, en busca de las onzas del único ejército pagado y rico. Muchos años después, en Río Grande do Sul, he oído el eco confirmatorio de esos relatos: "—O argentino moito valente, mais moito gatuno". Debo también al "Heroica Paysandú, yo te saludo..." de Gabino Ezeiza, los primeros atisbos de verdad histórica. Porque Guido Spano y Hernández eran cuidadosamente ocultados tras la cortina poética. Así también el Alberdi de sus rectificaciones, lo mismo que Sarmiento cuando se reencuentra con el país, son meticulosamente olvidados
en cuanto no sirven al interés colonial.

Ricardo Carpani "Fusilamiento"

DESCONEXIÓN ENTRE LA ESCUELA Y LA VIDA
Mis recuerdos de colegial sólo quieren suscitar los suyos. "Cuando mi recuerdo ya hacia ti se perfuma", dijo el poeta; vaya usted hacia su infancia y evocativamente recogerá el aroma de aquelíos días; deje que atrepellen los recuerdos, saltando unos sobre otros, para puertear primero. Volverá a la escuela, y haya usted nacido en la ciudad o en el campo, comprobará que lo que traía con usted de ellos, y también de su casa, debió dejarlo en la puerta del aula.La campana que lo llamaba a clase era un cotidiano corte entre dos mundos y su formación intelectual tuvo que andar así por dos calles distintas a la vez, como la rayuela, con las piernas abiertas entre los cuadros.
La escuela no continuaba la vida sino que abría en ella un paréntesis diario. La empiria del niño, su conocimiento vital recogido en el hogar y en su contorno, todo eso era aporte despreciable. La escuela daba la imagen de lo científico; todo lo empírico no lo era y no podía ser aceptado por ella, aprender no era conocer más y mejor, sino seleccionar conocimientos, distinguiendo entre los que pertenecían a la "cultura" que ella suministraba, y los que venían de un mundo primario que quedaba más allá de la puerta.
Es que la escuela era el producto de la "intelligentzia" y estaba destinada a producir "intelligentzia" porque reproducía el esquema sarmientino de Civilización y Barbarie. Era la preferencia por la montura inglesa del sanjuanino, olvidando que el recado era una creación empírica nacida del medio y las circunstancias, así como lo había sido la montura inglesa en su propio medio. Los dos productos de una cultura elaborada vitalmente, concepto ininteligible para quien entiende por cultura un producto de marca que se adquiere como usuario 3-.


Ricardo Carpani "El gaucho Martín Fierro"
Este desencuentro entre la escuela y la vida producía un desdoblamiento en la personalidad del niño: ante los mayores y los maestros, se esmeraba en parecer un escolar cien por cien; frente sus compañeros y fuera de los límites de la escuela defendía su yo en una posición hostil a lo escolar, como un pequeño Frégoli que estuviera cambiándose constantemente el paquete traje de los domingos y las ropitas de entre casa.
Aunque la teoría pedagógica, fuera buena, se fundase en Pestalozzi, en la doctora Montesori, o en otro, la pedagogía estaba alterada por esa actitud básica que superaba el conocimiento experimental del maestro, cuando éste, evadido de su formación normalista, intentaba corregirla: el programa y la dirección escolar más alta, lo impedían. Hasta el mismo maestro era subestimado en cuanto hombre, en función de una imagen ideal del mismo, correspondiente al concepto de "cultura"4-
El maestro había sido preparado por los elementales principios pestalozzianos, pero aquello de usar de lo simple a lo compuesto, de lo sencillo a lo complejo, de lo particular a lo general, de lo cercano a lo remoto, y que suponía superar orientando lo ya conocido, y aprender por inducción, se invertía en la práctica pues el método aplicado era el deductivo partiendo de supuestos que tenían calidad de aforismos (muchos de éstos los estoy recopilando para mi próximo Manual de zonceras argentinas}. Era como ya he dicho una escolástica de antiescolásticos, y así se explica todo lo que se ha señalado antes: el divorcio de la geografía, de la historia, de las ciencias naturales, etc., con la realidad circundante cuyo conocimiento estaba excluido de la enseñanza. Hasta se creó un lenguaje convencional como esos "educando", "año lectivo", "dilectos", que el talento de Chamico, con las alegorías, símbolos, etc., pone en la boca de la señorita Miglievaca, que más que expresar la cursilería individual de una maestra es la crítica de un sistema de enseñanza que seguramente también tiene que ver con la excelente calidad de nuestro humorismo. (Tal vez se genera en esa contradicción entre vida y forma, que se nos administra desde los primeros grados).
Desde las primeras letras, nos ponemos en contacto con un mundo sofisticado que es el de la "cultura", y al que entramos y salimos al entrar y salir de la escuela. La "cultura" se identifica con el guardapolvo blanco planchado y almidonado, y ella se cuelga con éste, al retorno a la casa y a la rueda de los compañeros de juego.
Puedo hacer un test con usted lector en esta rememoración de la infancia a que lo he llevado, y verá usted cómo sus recuerdos se ordenan en dos compartimentos separados. En uno está su infancia según la vida, tal como en esa evocación de Carlos de la Púa es "Barrio Once" que transcribo en El medio pelo en la sociedad argentina.
En otro, su infancia de guardapolvo blanco que ya le demandará el estilo de las composiciones escolares, porque toda su infancia se condicionó como si usted hubiera sido el niño de dos mundos distintos, más que paralelos, opuestos.
(Ahora mismo verá usted que las escuelas particulares, que son las caras, aceptan el guardapolvo de color, mientras que en las del Estado siguen con la disciplina del costoso guardapolvo albo -digamos así para ponernos en situación- que tantos sacrificios impone a los hogares. Está reñido con las exigencias del sentido común pero se lo sigue imponiendo porque es casi un símbolo de "cultura", una envoltura formal que oculta y jerarquiza una realidad subestimada.

Ricardo Carpani "Yo soy América"

Es tan "cultural" ver esas "bandadas de palomas blancas" que se derraman por las calles al son de la campana. El pretexto es la igualdad. ¿Pero por qué, si no es por razones "culturales", la igualdad tiene que hacerse en blanco, que es tan costoso y no en gris, azul y marrón, que son más baratos?) 5
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NOTAS
1-La mayoría de los nombres originales de nuestras calles y lugares han sido cambiados. Con el pretexto del homenaje a figuras históricas se ha desvirtuado la toponimia para afirmar la historia falsificada, y a la sombra de los San Martín y Belgrano, la nomenclatura ha servido para desvincular la imagen geográfica del paisaje histórico. Toda esta nomenclatura tenía amplia cabida en las calles innominadas, en las estaciones de ferrocarril y en los pueblos que iban surgiendo.
Pero se la utilizó sistemáticamente para crear una solución de continuidad entre el lugar y el hecho facilitando la imagen del país desconectada del espacio y el tiempo, estratosférica y desarraigada que cultiva la cultura de "pega" a que me estoy refiriendo. Ni siquiera sirve para cumplir el homenaje propuesto pues la reiteración de los nombres iguales en todas las iguales calles de todas las ciudades, y la nominación sin ninguna relación con lo local ha terminado por borrar la idea del homenaje convertido en vulgaridad cotidiana sobre la que la atención se desliza sin percibirlo.
De reflejo se produce un fenómeno curioso. Cuando por casualidad el lugar conserva su nombre tradicional, la gente, habituada a lo postizo del nombre, no vincula el hecho histórico y el sitio. Haga Ud. la experiencia como la he hecho yo. Al pasar por el arroyo Pavón pregúntele a su acompañante qué le sugiere el nombre, y verá con sorpresa que le contesta: "Lo habrán puesto en homenaje a la batalla de Pavón".
Nunca se le ocurrirá que ese fue el lugar de la batalla y lo mismo le pasará en Oncativo o la Tablada.
El pueblo instintivamente se resistió a esos cambios de nombres y los viejos de mi tiempo se esmeraban en llamar Buen Orden, Artes, Piedad a las viejas calles de Buenos Aires que como Florida aún conservaban su nombre tradicional.
Es que el nombre consocia imágenes, hechos y embellece el lugar con toda una gama de elementos subjetivos propios de la comunidad y que forman parte del acervo cultural. Melincué, Venado Tuerto, Chascomús, Chivilcoy, no sólo son nombres; son citas con la vida que fue y que será y motivan asociaciones con el paisaje, con los hombres, con las plantas, con los animales del sitio, que no pueden suscitar General Alvarado, Weelwright (que el paisano pronuncia Bilri) como no es lo mismo decir Río de la Reconquista que Río de las Conchas.
Recientemente se quiso restaurar el nombre de Fraile Muerto y se agitaron los diarios, los rotarianos y los pedagogos para defender su híbrido franco británico Bell Ville identificado con la cursi-parla geográfica.
Fue Sarmiento el que hizo el cambio de nombre adoptando el de un vecino británico, para que así Fraile Muerto, elemento retardatario pasase a ser Bell Ville, elemento progresista. Hay un caso curioso. A la estación Monte Buey -nombre tradicional del lugar que designaba la estancia de un inglés llamado Woodgate, el F. C. Central Argentino le adjudicó ese nombre británico. Pero ocurrió que a los paisanos Woodgate les resultaba difícil y le llamaban Bogati. El mismo Woodgate, horrorizado de que le italianizasen el apellido consiguió que se restableciera la vieja designación Monte Buey.
En la imitación grotesca de lo exterior, ésta siempre se hace como transferencia y así se transfiere el nombre, pero no el buen sentido con que el ejemplo propuesto, Europa, se conserva la toponimia. Es que la copia es siempre para contrariarnos, nunca para favorecernos. Y esto de la toponimia artificial está tan metido en el entresijo cultural que nos han hecho, que hasta los descamisados cayeran en lo mismo. ¿Puede haber disparate más grande que haber cambiado los nombres naturales y lógicos de los ferrocarriles por estos otros que nada tienen que ver como elementos de identificación, como los que habían nacido como aplicación de una geografía elemental? ¡Y esto lo hicieron los mismos que los nacionalizaban!
A este propósito recuerdo que le había propuesto al diputado José María Cañé la redacción de un proyecto de ley para restablecer la toponimia sobre sus bases reales, precisamente en el momento en que los adulones del peronismo terminaban por alterar lo que quedaba de la toponimia auténtica con una lamentable y egolátrica emulación.
De la época es el cuento del paisano que en la esquina de Mitre y Pavón, en Avellaneda, le pregunta al vigilante por la calle Mitre.
—"jCómo Mitre...! ¡Eva Perón... y es esta!", le señala el policía.
—"Disculpe... ¿Y Pavón cuál es?"
—"¡Cómo Pavón! ¡Juan Perón...!", lo reta el vigilante.
—"No sabía..." -explica el paisano-. "Como soy del Chaco".
—¡Qué Chaco... Provincia Perón! -le grita ya irritado el vigilante.
El paisano, intimidado, camina pocos metros en dirección a Buenos Aires.
Está ahora, sobre el Riachuelo, en el puente y se recuesta a la baranda, pensativo
y perplejo.
Se le acerca un marinero y le pregunta:
—¿Qué está haciendo, paisano?
El paisano, prudente y avivado ya, le contesta:
—Estoy mirando el Peronchuelo señor...
Y viene al caso aquí, con respecto al reiterado homenaje de los nombres de calles que terminan por no tener sentido de tan repetidos, algo que el Dr. Cooke le dijo al mismo Perón en la presidencia: "Se ha abusado tanto de su retrato que ya no se lo ve; forma parte del paisaje como los árboles de la calle". En esto es cosa de decir de nuevo que "en todas partes se cuecen habas y en mi casa, a calderadas"... (Nota de la tercera edición).
2- El mismo escolar que ignora la falsificación histórica percibe instintivamente su artificialidad y así es como le resulta la historia argentina mucho menos atrayente que la de otros países. (Ya hemos visto la referencia de Borges a la "odiosa" historia de América). Sus santos y demonios de palo, marginados de la vida real como símbolos, y hasta las batallas en prados de esmeralda y con sóidaditos acicalados, son incompatibles con sus pequeñas experiencias y mucho más con su imaginación que siendo imaginación tiene más realismo que una historia anodina, insípida, incolora e inodora como el agua de beber. Esa historia ni es real, ni es fantasía, y la rechazan por igual el realismo y la imaginación, pues, si lo falso deforma los hechos, también impide el vuelo. Esto explica que la historia de cualquier otro país, que cualquier episodio no vinculado a lo que enseña oficialmente adquiera una vivencia incompatible con una enseñanza dosificada en píldoras  Es como alimentarse con vitaminas y no con churrasco y frutas, por lo que Enrique IV, el mariscal Ney, César, Espartaco, resultan mucho más interesantes que los protagonistas de nuestro pasado. Se trata de hombres con virtudes y defectos, que se mueven en un paisaje, en un mundo cuya existencia se siente a través de la acción. Este tema solo merece un libro, pero basta con señalar ese desapego por nuestra historia, que ningún profesor de enseñanza secundaria o maestro de escuela primaria, puede desmentir. La clase de historia, apetecida en otros países, a nuestros escolares les resulta "opiosa". Y además irrecordable porque es una memorización de fechas y una constante repetición de las historietas del "niño malo y el niño bueno". Haga memoria, lector, porque Ud. también fue escolar... y a Ud. también le "mtieron" el Grosso —el chico y el grande- despues vino Le... vene (Nota de la tercera edición)
3- El recado típico de la pampa no sólo importa que el jinete lleva consigo el lecho. Es la montura que corresponde a un tipo de equitación —ni la jineta ni la brida-, determinada por el desierto y las vizcacheras en la época de los campos abiertos. La rodada era inevitable y salir parado cosa fácil, con las piernas muy abiertas y la estribada en la punta de los dedos del recado surero, sobre la cabeza del caballo y con el largo cabestro en la mano. No sólo no había que ser apretado; no había que quedarse a pie. Por eso además del largo cabestro el gaucho llevaba un tiro de bolas a la cintura para bolear su montado desde el suelo, de perder la punta del cabestro.
Hombre a pie en el desierto, aunque no fuese apretado ni quebrado, era pasto de los chimangos. ¡Pobre Sarmiento rodando en las vizcacheras del desierto y con montura inglesa! Pero como la "cultura" tenía que venir de afuera nunca pudo comprender que ese recado era una creación cultural propia determinado por el
medio, así como en otras zonas el medio creó el sirigote, y en la montaña el gaucho de Güemes heredó otra forma, de altos arzones, producto de la cultura elaborada sobre la naturaleza, montañosa y boscosa. Ahora el amplio recado de bastos se achica reemplazado más frecuentemente por el recado platero creado por Del Castillo Posse, que no carga tanto sobre los ríñones del animal con ventaja para éste, y que permite afirmarse y descansar enel estribo y se aproxima más a la equitación de la brida. Porque ahora no hay vizcacheras, ni campos abiertos ni desiertos que reclamen la cama; la cultura de la realidad se adecúa a la realidad en la que el viejo y pesado basto deja de ser necesario, quedándole los inconvenientes. En esta pequeña observación podemos cotejar los efectos de la cultura como creación, y la imitación cultural propuesta por la "intelligentzia".
4- Con emoción evoco a mis maestros de primeras letras -cómo no hacerlo si mi madre también fue maestra- ahora que comprendo la distorsión que ellas también sufrían entre el mundo como es y el mundo según lo exigían los programas y las directivas. Pienso ahora en aquella escuela de los pueblos rurales donde a principios del siglo los "niñitos" variaban entre los ocho años y los dieciséis —ya paisanitos de bigote— y donde se hacinaban cuarenta o cincuenta alumnos en un aula para treinta y donde el maestro o la maestra tenían que atender generalmente dos "clases" al mismo tiempo. Cuando en las peleas del recreo o de la salida de la escuela solía aparecer con frecuencia el matagatos y hasta el cuchillito, situación que el maestro teóricamente debía ignorar porque la enseñanza estaba dirigida al niño abstracto tan distinto de la realidad que tenían en el aula. Ellos también tenían que desdoblar su personalidad a riesgo de contradecir inspecciones y programas, y elaborar el suyo de contrabando, para salvar a base de personalidad, la distorsión del hecho y la teoría.
5 Algunos espíritus suspicaces -y que se dicen bien informados- afirman que Cababié Hnos., Fábrica de Alpargatas, etc.... pueden dar razones más positivas de esta increíble persistencia... de la pasión colombófila que viene de arriba. Ellos son los que con otros abastecen el mercado. Todos los años se anuncia para el siguiente la supresión del guardapolvo blanco... y todos los años las autoridades escolares son convencidas... (Nota de la tercera edición)

Texto extraído de: Jauretche, Arturo (2002) Los Profetas del Odio y la Yapa (La Colonización Pedagógica) Buenos Aires, Corregidir (Primera edicación de A. Peña Lillo Editor del año 1957) 

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Biografía de Arturo Jauretche por el historiador Norberto Galasso. Descargar pdf

jueves, 4 de abril de 2013

El universo compartido de Paulo Freire y Enrique Pichón Riviére


Ana Pampliega de Quiroga 
habla en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo
Publicado en Suplemento de Página 12, julio 2001

Ana Pampliega de Quiroga


Enrique Pichón Riviére
Paulo Freire en Argentina - Encuentro con Alfredo Moffat (1993)

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domingo, 24 de marzo de 2013

Didáctica de la Patria (Leopoldo Marechal)

Leopoldo Marechal por Xul Solar

 1
Conozco a los varones de mi tierra y mi siglo:
inciertos en el mal y en la virtud,
son como yo, tienen la misma cara
sin dibujos de llanto
y el mismo corazón en arcilla mojada
que no tostó ni el fuego ni la gloria.
2
Josef, lo que te anuncio no es alegre ni triste:
sólo es fatal en esta Patria joven.
¿No te hubiera gustado, como a todos,
poner tus cuatro vientos en su bandera niña,
y montar alazanes que arquean los pescuezos
en el día feliz de una batalla;
o romper en su elogio, con la oda,
los tímpanos del mundo,
y arrancar una pluma del ángel para ella?
No has de lograrlo, y quedará en tu sueño:
la infancia de la Patria jugará todavía
más allá de tu muerte (yo lo aprendí hace mucho).
Ella es un año inmenso que despunta en nosotros:
ni tú ni yo veremos la cara de su estío.

Xul Solar, "Pegaso de sol" (1922)
3
Generaciones hubo más dignas que la nuestra.
¿Qué nos pasó a nosotros, Josef, que nos legaron 
un tiempo sin destino que merezca un laurel,
un puñal que no sale de su vaina
y un día sin talones de castigar la tierra, 
o una estúpida noche
de soldados vacantes?
Nos enseñaron que la Patria era 
no sé yo qué juicioso paraíso
de infalibles trigales y vacas repetidas. 
Así engordamos junto a los grasientos
asadores y cerca de las uvas pisadas.
Y dormimos en todas
las vigilias del hombre.
4
Entretanto, los pueblos que aventaba la historia 
dos veces conocieron el sabroso
pavor de las batallas.
No me importa, Josef, el tenor de su guerra: 
ellos caían bajo la implacable
legislación del ciclo;
se miraban desnudos
en el espejo claro de la muerte;
sentían retemblar bajo sus pies
la cubierta del mundo, navío castigado,
y abrirse arriba todos los pasajes del cielo. 
Nosotros les vendíamos harinas
y carnes envasadas.
Muy dichosos de ser espectadores
y no actores de aquella promoción de la sangre, 
reíamos felices de nuestra paz bovina: 
quemábamos incienso a nuestro dios
en figura de Shorthon;
y lo apedreábamos a veces
cuando la lluvia, en su traición, enflaquecía los vacunos
o nos diezmaba los trigales.
Josef, lo que te digo no es de hiel ni de miel: 
sólo es fatal en una Patria niña.
Con todo, algo debemos hacer en esta infancia. 
"¿Qué?", me dirás, y te respondo ahora.

5
No te adelantaría mi Didáctica,
si no supiese yo lo que se incuba,
por vocación, en esta provincia de los hombres. 
Josef, un ciclo amargo da su fruta en el mundo: 
la oscuridad nos miente ya la forma de un dios.
Pero un Rey no visible todavía
está plantando almendras en suelos favorables. 
¿Qué me dirías tú si brotara un almendro junto
 al río y sus crines de león?
Estudia mis palabras que harán reír a muchos: 
yo siempre fui un patriota de la tierra 
y un patriota del cielo.
Xul Solar, "Gestación de Jesús"(1954)

6
El nombre de tu Patria viene de argentum. 
¡Mira que al recibir un nombre se recibe un destino! 
En su metal simbólico la plata
es el noble reflejo del oro principial.
Hazte de plata y espejea el oro
que se da en las alturas,y verdaderamente serás un argentino.
7
Es un trabajo de albañilería.
¿Viste los enterrados pilares de un cimiento? 
Anónimos y oscuros en su profundidad, 
¿no sostienen, empero,
toda la gracia de la arquitectura?
Hazte pilar, y sostendrás un día
la construcción aérea de la Patria.


 Xul Solar "Vuel Villa" (1936)

8
Y es una vocación de agricultura.
¿No viste la semilla en su carozo
y el carozo en su tierra y esa tierra en su invierno? 
Riñón de lo posible, la semilla es el árbol 
no proferido aún y ya entero en su número. 
Josef, hazte carozo de la Patria en ti mismo,
y otros verán arriba la manzana
que prometiste abajo.
9
Somos un pueblo de recién venidos.
Y has de saber que un pueblo se realiza tan sólo 
cuando traza la Cruz en su esfera durable.
La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza un pueblo? 
Con la marcha fogosa de sus héroes abajo
(tal es la horizontal)
y la levitación de sus santos arriba
(tal es la vertical de una cruz bien lograda).


10
Josef, si como pueblo no trazamos la Cruz,
porque la Patria es joven y su edad no madura,
la debemos trazar como individuos,
fieles a una celosa geometría.

¡La vertical del santo, la horizontal del héroe!
 Te resulta dificil, ¿no es verdad?
Pero aquí no se trata de vestir armaduras
 llenas de pedrería
ni de abrirse las nalgas con lujosos rebenques. 
Tu heroísmo ha de ser un caballo de granja, 
tu santidad una violeta gris.
Otros recogerán, a su tiempo, laureles 
y el brillo escandaloso de la notoriedad: 
yo te di los oficios del pilar y el carozo,
fuertes y mudos en su anonimato.
Xul Solar "Jesús Crucifio "(1920)
11
Josef, dos modos hay de hacerte rico:
o aumentando las cifras de tu cuenta bancaria 
o reduciendo tus necesidades
a lo estricto y cabal.
Mejor es el segundo, por la razón que sigue: 
¿No es el hombre un viajero de la tierra?, 
¿su viaje no es de un año?
El que poco desea o necesita
es, bien mirado, un cómodo viajero 
que anda sin equipaje.
12
Yo conozco a viajeros que se cargan 
de maletas ociosas.
Por cuidar y mover sus pesados baúles
ni observan el paisaje ni leen la escritura 

de este mundo sabroso
(porque todo viajero debe ser un lector). 

Josef, eliminando tus valijas inútiles,
ya eres pobre y liviano según la tierra gorda:
leyendo y meditando tus lecciones de viaje, 

ya eres rico y pesado según la ley de arriba 
Si todos alcanzaran este fácil teorema,
los hombres mis hermanos viajarían desnudos.
13
De los siete pecados capitales
que asaltan a los hombres junto al Río, 

el primero es la Envidia (los he clasificado
por orden riguroso de maldad).
La riqueza exterior, los honores, el lujo, 

la suerte y el talento constituyen el pasto
natural de la Envidia. 

¡Josef, que no te muerdan sus dientes amarillos! 
Ni envidies a los otros
ni les des ocasión de que te envidien. 

La manera segura de no ser envidiado 
es la de no mostrar nada envidiable.

Xul Solar, "Penitentes" (1917)
14
La Gula está en el orden segundo de mi lista.
 Es terrible, Josef, lo que devoran 
nuestros conciudadanos entusiastas. 
Por sus jamás ociosas dentaduras
yo diría que pasa toda la Creación 

en su aspecto visible y masticable: 
gordos terrestres piden ser y son.
Josef, no te abandones a tan loco ejercicio: 

devora, en cambio, sin temor ninguno,
 toda la Creación inteligible,
y te convertirás en un gordo celeste.


Xul Solar, "Mestizos de avión y gente" (1936)
15
Por la mañana, cuando te levantes, 
piensa, Josef, en ese nuevo día;
y no te olvides que al salir al sol
entrarás en un campo de batalla.
Que no te engañe el paso normal de los tranvías

 ni la canción melosa del frutero
ni el pacífico rostro de tu jefe
ni la sonrisa blanca de tu subordinado. 

Ángeles y demonios pelean en los hombres: 
el bien y el mal se cruzan invisibles aceros.
Y has de andar con el ojo del alma bien alerta,
si pretendes estar en el costado
limpio de la batalla.
Josef, nada es trivial en esa guerra:
basta el peso ladrón de una bolsa de azúcar 

para que llore un ángel y se ría un demonio.

"Xul Solar", Lu Diablo sabe piu viejo, ke por diablo (1962)
Xul Solar, "Santos y Guardianes" (1949)
16
No vaciles jamás en la defensa
o enunciación o elogio
de la Verdad, el Bien y la Hermosura.
Son tres nombres divinos que trascienden al mundo, 

y es fácil deletrearlos en las cosas. 
No los traiciones, aunque te flagelen: 
yo sé bien que la triste Cobardía
suele atar a los hombres junto al Río moroso.
Vence a la Cobardía de los ojos oblicuos,
y la Patria futura dará el santo y el héroe 

que han de trazar las líneas de la Cruz.

17
Liviano de equipaje y avizor en tu guerra,
te asaltarán, empero, no escasas tentaciones.
Josef, has de vencerlas, o llorará la Patria todavía en pañales.
Si te ofrecen un cargo de visibilidad,
acéptalo en razón de tu mérito sólo
y en vista de los frutos que darás a tu pueblo. 

Si eres olmo, no admitas la función del peral, 
o has de ser un peral falsificado
y un olmo sinvergüenza.
18
Los cargos o funciones de mucha jerarquía
 tientan o con el oro fiscal siempre indefenso 
o con los relumbrones de toda investidura.
Josef, no pongas mano en los dineros
que a tu virtud laudable se confíen.
El Robo, soslayada forma de la violencia,
es el tercer pecado de nuestros compatriotas.
19
En cuanto al relumbrón, si te lo imponen, 
lo llevarás con el desgano y frío
de quien se envaina por obligación
en un frac de molesto protocolo.
Sea tu libre personalidad,
y no el brillo exterior que te prestaron,
la que se muestre a todos, fiel e igual a sí misma. 

Conozco a personajes que se creían águilas, 
temidos y solemnes en su pluma oficial,
y que al ser desnudados exhibieron risibles 

alones de gallina.
20
Si acaso gobernaras a tu pueblo,
no has de olvidar que todo poder viene de Arriba,
y que lo ejerces por delegación,
como instrumento simple de la Bondad Primera. 

Josef, el gobernante que lo ignora u olvida
se parece a un ladrón en sacrilegio
que se Va con el oro de una iglesia.
21
Según la más antigua ley de la caridad, 
el superior dirige al inferior.
Hasta los nueve coros angélicos reciben
y cumplen esta norma del gobierno amoroso; 

y el ángel superior, al de abajo se inclina 
para darle una luz que a su vez le fue dada.
Todo buen gobernante lo será
cuando a sus inferiores descienda por amor
y se haga un simulacro de aquel Padre Celeste 

que a toda criatura da el sustento y la ley.
El gobernante que no asuma el gesto
de la paternidad
es ya un tirano de sus inferiores, 

aunque regale sus fotografías
con muy dulces autógrafos.

Xul Solar "Dos Anjos" (1915)

22
Empero, no confundas esa paternidad
con un fácil reparto de juguetes.

 Recordarás, Josef, que tu Padre de arriba
gobierna con dos manos:
con la manó de hiel de su Rigor
y la mano de azúcar de su Misericordia.
Si asumes el poder, usa las dos,
ya la dura o la blanda, según tu inteligencia.

 Josef, el que gobierna con una mano sola 
tiene la imperfección de un padre manco.
Xul Solar "Marte, Saturno" (1953)
23
Ni te muestres al pueblo demasiado
ni en el poder te agites como un hombre de circo. 
Imita, si gobiernas, a ese Motor Primero
que hace girar al cosmos

y es invisible y a la vez inmóvil.
24
Preferiría yo, sin embargo, que tales
pesos no recayeran en tus hombros.
Es mejor construirse y apretarse uno mismo
(ya te hablé del pilar y la semilla),
y crecer por adentro lo que afuera se poda 

y ganar por arriba lo que se pierde abajo.
Si así lo hicieras, crecerá la Patria, 

Josef, en cada una de tus disminuciones. 
Y todo lo que pierdas lo ganará esa Novia
del Suceder, en su más claro día.